26 de agosto de 2023

El tapicero

Me estoy haciendo viejo. Pero de verdad. Es una sensación cuanto menos extraña asumir toda la carga semántica que encierra una expresión coloquial o un lugar común cuando dejamos de hablar por hablar o escuchamos con renovada atención. En un momento dado, activamos nuestro limpiaparabrisas mental y retiramos la espesa costra de mugre que camufla hasta hacerla irreconocible una gran verdad o, en la mayoría de los casos, una cochina mentira. “¡Atención Señora, ha llegado a su localidad el tapicero! (…)”. Detrás de esa machacona proclama con ínfulas de grandeza se oculta, precisamente, lo contrario. No es que el tapicero haya arribado a tu pueblo: es que en todo el verano nunca se ha ido de allí. Por otro lado, el vocinglero mensaje pareciera anunciar un evento excepcional: el advenimiento del tapicero no tiene nada que envidiar al alunizaje de la Chandrayaan-3 en el polo sur de la luna y es merecedor de nuestra máxima atención, faltaría más. Y, por supuesto, “señora” es un vocativo integrador de género que asumo con naturalidad y a contracorriente del enconado debate lingüístico en boga promovido por la progresía biempensante.

El desgaste del lenguaje por reiteración ad nauseam socava y agota lentamente nuestra capacidad de atender y valorar críticamente la naturaleza de las cosas. Por contraste al aforismo atribuido a Goebbels, una verdad mil veces reiterada extravía su carga semántica en algún recodo del camino y se convierte en un cascarón vacío, en un lugar común, en el que ahora conviven pacíficamente mutaciones aberrantes del significado originario e incluso mentiras podridas que todos parecemos asimilar e integrar en nuestra empanada mental de lo que es, o debiera ser, el mundo que nos rodea.

Se culpabiliza a las nuevas tecnologías de la falta de atención rampante que aqueja a los nativos digitales y que contribuye significativamente a entontecer a quienes van a decidir el rumbo futuro de nuestro planeta. Pero en su descargo debo decir que internet está plagada de tapiceros insidiosos que, salvo para quien redacta la entrada de blog que ahora leen, no merecen en justicia análisis ni ponderación alguna.

Quizás dicha falta de atención esconda un sano -tal vez inconsciente- afán de discriminación que busca no acabar mentalmente enfangado en tanto despropósito como campa suelto por las redes, que arden y arden y vuelven a arder... cuando no están permanentemente incendiadas de fuegos fatuos.

El problema surge cuando esa discriminación sistemática, ese pasar compulsivamente de página, ese fast forward por miedo al FOMO, se convierte en hábito que nos impide detenernos en en aquello que merece una reflexión porque puede ayudarnos a dilucidar lo importante. Alcanzada una cierta velocidad de crucero en las autovías de peaje de la información ya no somos capaces de distinguir el trigo de la cizaña, qué pereza frenar, y, al igual que hacemos oídos sordos a la murga del tapicero, dejamos de interesarnos por las proclamas de la estadística con sesgo congénito, siempre a la búsqueda de batir un récord que avale la visión del mundo que nos quieren vender a mayor gloria de las matemáticas y el algoritmo. Como las estadísticas con truco, la multitud de logros deportivos apenas nos hace ya levantar una ceja porque sabemos que hoy cualquier cosa puede ser tildada de “triunfo histórico del deporte español”. Actualmente existen tantas competiciones y tantas subcategorías competitivas que hasta resulta difícil que el deporte español no alcance triunfos: señora, ha llegado a su localidad el campeonato del mundo... Pues qué bien, póngame cuarto y mitad de podios. O de ministerios. O de vicepresidencias. O de subsecretarías. O de fiestas de pueblo. O de conflictos armados.

Cada vez más, lo que debiera resultar importante para cada quién (no siempre lo mismo) se ve degradado paulatinamente por el método de la reiteración sistemática con pequeñas variaciones o matices. A veces, el matiz coloniza el concepto original hasta sustituirlo por entero. Como en una competición por la supervivencia, el concepto original va sufriendo ulteriores colonizaciones. Al cabo de un tiempo no hay más que cáscara vacía y ruido de megáfono. Señora, ha llegado a su localidad el feminismo; señora, ha llegado a su localidad el fraude electoral, señora, ha llegado a su localidad la guerra de Ucrania. Y yo, que me hago viejo, ya soy incapaz de escuchar con esa renovada atención que demandan las cosas que una vez me importaron y que, cada vez más, y visto cómo funciona el patio, me dan igual.





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