13 de agosto de 2023

Vicente

     Vicente o la encarnación de la peor cara del hormiguero humano. Vicente o el Flautista de Hamelín, líder de una masa descerebrada de turistas, ávidos de solazarse en placeres teledirigidos. Vicente, que decreta lo que es bello en función de los réditos económicos que lo bello pueda generar. Vicente, que prostituye naturaleza, arte y todas las manifestaciones de la hermosura susceptibles de corrupción monetizable.  Vicente, que ha redefinido el disfrute a través de un perverso proceso de alquimia inversa, transmutando en escoria el oro de una experiencia íntima, individual, intransferible. Vicente, que programa orgías en Venecia, en las calas de Menorca, en Santiago de Compostela, en las ramblas de Barcelona, en las salas del Louvre, en los restaurantes con o sin estrellas Michelín. Vicente, sumo sacerdote del culto a la cola y la reserva que nos permitirá vivir permanentemente instalados en una promesa de futuro gozoso y feliz.
    Avispado titular de una reciente noticia en El País a propósito de las ruinas de Machu Picchu: “Stendhalazos veraniegos”. Un guiño Vicentino en clave Millennial a las nuevas generaciones del turismo-masa del futuro.
    Y yo digo: a quien verdaderamente se le haya perdido algo en Machu Picchu que levante la mano. Name dropping de catálogo de viajes, been there, done that a la vuelta de vacaciones en la oficina, aderezado con un par de adjetivos gastados a propósito del lugar: “maravilloso”, “impresionante”, “una pasada”.
    Después, el acólito de Vicente se acomodará en su silla ergonómica, encenderá un ordenador pletórico de correos electrónicos desatendidos y retomará su actividad habitual en el cubículo segregado por paneles modulares de una oficina cualquiera. Tal vez aproveche la red corporativa para programar, reservar y criogenizar sus ocios venideros (y los de su familia) en cualquier evento-vertedero turístico franquiciado por Vicente.
    No vayas. No vayáis. Que no vayan.

    P.s. Me perdonen el abuso de anglicismos.

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