30 de septiembre de 2023

Sycamore Gap

    Con más trescientos años a las espaldas, el sicomoro ya no tuvo fuerzas para escapar de la matanza en Northumberland. Sin oponer resistencia, el anciano coloso verde se dejó degollar con las hojas abiertas, como los valientes. No hubo súplicas ni quejidos que deslustraran el triunfo de las dentelladas de la máquina contra la madera viva del último árbol del valle de Crag Lough. El sicomoro agonizó mansamente y en silencio durante los treinta minutos que la sierra mecánica tardó en hacer su trabajo, eficazmente, sin consumir más gasóleo del necesario. Desplomado el gigante sobre la hierba, ya sin vida, pudo aún escucharse brevemente el runrún de la motosierra al ralentí. Después, todo quedó bañado en el silencio monocromo de la última luna llena de septiembre. 

    No es descabellado pensar que una cámara GoPro haya dado testimonio de estos hechos que, quizá ahora mismo, mientras escribo, hibernen encriptados en la nube a la espera de ser editados para su publicación posterior en algún rincón de la web oscura. Lo cierto es que las máquinas y la tecnología siempre han sido aliados invaluables del Mal en la obstinada carrera por superarse a sí mismo. Debo quitarme el sombrero porque el listón está, ahora, muy alto.

28 de septiembre de 2023

Es la economía, estúpido

    Nunca se me dieron bien las matemáticas. En el instituto intenté apartarme de ellas a todo trance, cual bachiller macaco que se escapa por ciertas ramas del árbol del saber. Me escapé, claro, por las ramas de letras, como única alternativa a una muerte académica prematura. Tal vez la culpa fue de los profesores que me tocaron en suerte: funcionarios sin vocación, sin aptitudes didácticas, esclavos de su sueldo o de un sistema pedagógico infame o de ambos. O tal vez haya sido yo un mal estudiante; probablemente esto último.

    Pero no he venido a esta entrada del blog a flagelarme -descuiden, que esas ya vendrán. Decía que nunca se me dieron bien las matemáticas y lo cierto es que aún a día de hoy me cuesta horrores entender la realidad a través de los números, que es como a menudo nos la intentan explicar en los telediarios y demás medios de comunicación.

    Pareciera que el signo de estos tiempos que corren pasa por acomodar la realidad a una plantilla de exactitudes matemáticas. Las estadísticas son herramientas insustituibles cuando se trata de calibrar la marcha del sistema; las macrocifras avalan la adopción de medidas que en último término impactarán en un colectivo humano que es definido en función de ratios de productividad, renta per cápita, alzas del tipo de interés, tasa de inflación, porcentajes por aquí, porcentajes por allá… Cuando la ministra fulanita o el secretario de estado menganito anuncian exultantes un crecimiento económico dos puntos por encima de las previsiones supongo que eso significa que el país va seguramente bien aunque no es menos cierto que la oposición va a encargarse de desmentir la buena nueva esgrimiendo otras cifras, sin duda respetables, según las cuales España arroja resultados económicos tercermundistas. Lo cierto es que jamás de los jamases llegaré a aprehender las sofisticadas hipótesis matemáticas, cálculos económicos y modelos estadísticos que soportan las conclusiones planteadas por unos y otros. En primer lugar porque, como ya he dicho, no soy hombre de ciencias y en segundo lugar porque, aunque lo fuera, necesitaría tiempo, interés y recursos que me permitieran contrastar evidencias y posicionarme críticamente. Así que daré o no crédito al anuncio en función de mis sesgos políticos, pero no estoy yo como para desbrozar Gigabits de información macroeconómica en pos de la verdad: tengo una vida que vivir, problemas que solucionar, ustedes seguro que me entenderán.

    En realidad, esa supuesta zozobra mental está ya más que superada por mi parte, y lo que realmente sucede es que, al carecer de dimensiones humanas que la hagan comprensible, los vaivenes de la macroeconomía y los balances de resultados empresariales me la traen absolutamente al pairo. La refutación o convalidación del conglomerado de cifras que vertebra el panorama económico solo sirve para mantener en su puesto o, en su caso, cesar a un director general, a un CEO o a quienes diseñen las políticas económicas, además de para suministrar combustible editorial a la prensa económica, que en su especialización se asemeja a la prensa deportiva.

    De forma similar a lo que sucede con el fútbol, se me ocurre que la economía es una especie de superliga a escala global en la que cada país compite con un conglomerado de equipos humanos que pelean por ascender puestos en el primer mundo o por evitar hundirse en las ligas de la pobreza o en todo caso mantener la categoría. El objetivo es sencillo: quien más produce y vende gana, mal que le pese al planeta. Las reglas de esa superliga económica son, por el contrario, extremadamente complejas, y su discernimiento, como ya he dicho antes, no es apto para ciudadanos corrientes, que han de conformarse con destilados de certezas matemáticas de parvulario que simplifican y reducen los vaivenes de la economía a diferencias porcentuales del tipo 0,90% es menor que 1,20%; o sea dos décimas más o dos décimas menos, que puede ser bueno o malo dependiendo del concepto de referencia. “Bueno” o “malo” o, a lo sumo, “muy bueno” o “muy malo”: esas son las conclusiones limitadas a que nos abocan las ciencias exactas en el campo de la economía, probablemente un reflejo del cálculo binario de unos y ceros. Más allá de esas simplezas maniqueas, el rigorismo matemático es incapaz de abordar el escenario de telenovela -el ruido y la furia- en el que viven y mueren los seres humanos.

     Resulta encomiable el empeño de las televisiones para que el público entienda las complejidades de la ciencia meteorológica: ese hombre del tiempo campechano y didáctico que nos alecciona sobre las implicaciones que el movimiento de gases y fluidos tiene en nuestra vida diaria, que es conocimiento útil para sacar el paraguas y evitar golpes de calor, a la par que herramienta de concienciación del cambio climático que últimamente nos está jodiendo. Y sin embargo los medios no dedican, ni de lejos, esfuerzos similares a la hora de traducir estadísticas, conceptos abstrusos y arcanas políticas financieras que determinan nuestra clasificación en la superliga global de las economías. Es posible que se trate precisamente de eso; que todo quede en vaguedades estadísticas e incrementos decimales vinculados a conceptos que, aparte de “bueno” o “malo” el ciudadano es incapaz de procesar y traducir en responsabilidades políticas concretas o en malestar social localizado: cuidado con asaltar las fronteras de la matemática compleja, no sea que la gente acabe sumando dos y dos y se líe parda.

    Es buena cosa, ya digo, que los meteorólogos se esfuercen en enseñarnos el porqué sacar el paraguas cuando llueve y que prestigiosos cocineros inicien a la población en los secretos de un buen sofrito. Nuestro interés por carbohidratos y colesterol es cada vez mayor porque eminencias y catedráticos en dietética nos alertan de su potencial impacto en lorzas y arterias. Y sabemos todo esto gracias al énfasis divulgativo que los medios de comunicación ponen en estas cuestiones.

    Pero la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, los fondos soberanos, los presupuestos generales del Estado y las pulsiones del mercado bursátil, entre otros, son entes oscuros; tal vez turbios, aunque nunca alcanzamos a saber, ya que cualquier conato de esclarecer, siquiera para tener un mínimo criterio, se estampa contra el muro de conceptos de economía teórica y sus cimientos estadísticos y matemáticos. La inflación se dispara, los intereses hipotecarios no dan cuartel, las entidades anuncian cuantiosos beneficios, las cosechas del futuro se compran y se venden y, aunque parezca difícil de creer, el derecho a contaminar es real. Hay quien gana dinero apostando por la ruina de otros y eso se llama venta a corto. Hace falta combustible y los amos de las reservas petrolíferas recortan la producción encareciendo así el barril de Brent, supongo que por joder geopolíticamente y ganar dinero (no necesariamente por ese orden). Y todo eso se traduce en hechos económicos despersonalizados, sin duda descritos con solvencia científica y apuntalados con gráficos y curvas enmarcados en ordenadas y abscisas. Hechos económicos consumados que se plantean en toda su crudeza abstracta, como por ejemplo: 1El comité de política monetaria del banco central ha mantenido en su reunión de este miércoles los tipos de interés en el rango del 5,25-5,50% (…) El banco central no prevé una recesión, pero sí un periodo de bajo crecimiento, del 2,1% este año y solo del 1,5% en 2024 (año electoral) y del 1,8% en los dos siguientes años. La tasa de paro se situaría en el 4,1% el año próximo, algo por encima del 3,8% con que se espera que se cierre este año”. Pura descriptiva estadística, impecable y -que a nadie le quepa duda- inatacable. De esta forma, y aunque es el principal interesado en sus consecuencias, el pueblo llano es convidado de piedra en la marcha de un sistema económico que vaya usted a saber hacia dónde va pero qué le vamos a hacer.

     Mientras los números cuadren al gusto de unos pocos iniciados; mientras el tercer mundo aguante lo que tenga que aguantar y queden recursos por esquilmar en el planeta, la lista Forbes seguirá engrasada y no hará falta sacar los tanques a la calle.

 

 

1Publicado el 20 de septiembre en El País, sección Negocios. Crónica a cargo de Miguel Jiménez.


19 de septiembre de 2023

La herencia de Khatia Buniatishvili

    Muchas veces atrae mi atención una noticia de prensa en las que una mujer de pro -esto es, meritoria en el campo de su especialidad- se queja de ninguneos y florerismos en un mundo de hombres. Este es el caso de la pianista de Georgia Khatia Buniatishvili, cuyas declaraciones, en El País, reproduzco a continuación: “A veces, a las mujeres solistas se nos considera parte de la decoración”. Estas declaraciones, ya digo, figuran en el encabezamiento de la noticia, lo cual es indiciario de que esta probablemente contenga una semblanza de tinte reivindicativo, además de publicitar alguna actuación inminente en nuestro país. La lectura del artículo confirma mis intuiciones. Por las respuestas más bien contundentes que da en la entrevista, Khatia parece una mujer bastante asertiva, segura de sí misma y que sin duda ha construido previamente un discurso sin fisuras sobre sí, como todos aquellos que tienen el culo pelado de autógrafos y entrevistas.

    Khatia es, además, una hembra de tomo y lomo que, curiosamente, reniega de su herencia biológica en dos momentos de la entrevista: “En ocasiones, las mujeres solistas son consideradas como parte de la decoración, como una flor bonita, pero nada más (…) pero tuve que asegurarme de que no me consideraran un arreglo floral de la velada”. Esto, que pareciera una reivindicación del feminismo moderno no es, a mi juicio, más que otra cara de la vieja historia de siempre, que es la que nos intentan vender artistas y creadores, hijos de tal o cual progenitor de renombre, deseosos de marcar distancias entre los millones de mamá o la fama de papá y sus logros. Y el privilegio biológico, el de nuestra herencia genética, el que nos hace descollar en un mundo de feos y feas del montón, un mundo en el que la imagen lo es todo, no es distinto de los privilegios aristocráticos o financieros. Mal que le pese a muchos, el ser humano va cosido a su circunstancia, inclusive la circunstancia biológica, y no hay mundo perfecto ni ministerio de igualdad que le ponga remedio a eso.

    No pretendo aquí poner en solfa los méritos de quienes se hallan en estas situaciones. Algunos, como Buniatishvili, los tienen sobradamente y otros, la mayoría, no. Lo que desde luego me parece fatal es el cinismo de tinte feminista y la escasa humildad con la que se aborda la situación: de un lado, la pianista no tiene empacho en lamentarse y denostar de su condición -objetiva por cierto- de bello florero mientras que, por otro, aprovecha para sacar el máximo partido a sus encantos georgianos en reportajes gráficos como el que encabeza el artículo aquí comentado, en el que destaca una piel perfecta, un óvalo agraciado en el marco de un peinado caro, punteado por el carmín de unos labios de perfil impecable y los hombros desnudos bajo los que se insinúan sin rubor un par de tetas como dos carretas.

    Tal vez sea maldad puntual de los responsables del reportaje, pero lo dudo, a la vista de otras fotografías y vídeos en las que es más que evidente que la pianista presume sin complejos de elegante palmito escénico.

    Humildad, amiga concertista.

16 de septiembre de 2023

Jenni y el orco

    No me gusta meterme en jardines ajenos ni abrir ese o aquel melón de temporada, entre otras cosas porque en los medios de comunicación de este país abundan prestigiosos jardineros paisajistas y hortelanos profesionales ante cuya formación y experiencia me quito el sombrero: quién soy yo para opinar, qué puedo yo aportar en los asuntos de candente actualidad que no hayan abordado ya exhaustivamente comunicadores e influencers desde las abigarradas trincheras del espectro político.

    Me refiero, claro está, a la presunta agresión sexual perpetrada ante las cámaras de televisión de medio mundo por el ahora expresidente de la Real Federación Española de Fútbol. A estas alturas de la película, la víctima del atropello, a la sazón capitana de la Selección Española de fútbol ha hecho mutis por el foro tras interponer denuncia ante la Fiscalía: testificará desde México lindo, supongo, a través de videoconferencia, como los políticos de alcurnia. Por su parte, el exdirigente concede entrevistas a medios extranjeros, a la manera del prófugo Puigdemont. En mi opinión, el inglés macarrónico del entrevistado no es buen aliado si lo que pretende es ofrecer urbi et orbe su visión exculpatoria de unos hechos presuntamente constitutivos de delito. En fin, Ana Botella en su día lo hizo peor.

    Cual tertuliano de bar reconozco mis carencias intelectuales. Soy de natural perezoso: nunca me ha dado por indagar en las exquisiteces jurídicas que apuntalan la legitimidad de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual ni en las filosofías complejas que subyacen a la dialéctica del movimiento feminista. Gracias a Dios, son cuestiones que, a diferencia, por ejemplo, de la gasolina o el aceite de oliva, no tienen incidencia directa en mi día a día. De hecho, mi conocimiento y experiencia del 99,99% de la realidad es de oídas y de pasada: el mundo es así en la medida en que así me lo han contado. Consciente de ello, es natural que escepticismo y sentido común sean, al menos para mí, herramientas muy útiles a la hora de interpretar el porqué de las cosas. Y la víscera. También la víscera.

    Me declaro, por tanto, culpable de la escasa profundidad con la que abordo de las cuestiones objeto de este blog de pachanga. En particular, el asunto de hoy está escrito un poco con la mano tonta pero, parafraseando a Jesucristo, el que se haya leído la exposición de motivos de la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre que arroje la primera piedra.

    Así que, en lugar de analizar las implicaciones jurídicas y filosóficas del caso hasta sus últimas consecuencias -ya digo, no podría por pura pereza-, abro la navaja de Ockham y araño la superficie de los hechos en busca de explicaciones simples, y esto es lo que me encuentro: el presidente de la Real Federación Española de Fútbol pierde los papeles tras el gol que dio la victoria a la selección femenina en el campeonato mundial de fútbol. En un arranque emocional impropio de su cargo, confunde el palco de autoridades con los vestuarios del club, a la reina de España con el fisioterapeuta y no se lo piensa dos veces antes de agarrarse el paquete y celebrar: ¡¡uno a cerooooo!! ¡¡Toma toma, Inglaterra, cómeme el nabo, oe oe oe!!

    Si me piden enjuiciar prima facie el comportamiento de Luis Rubiales, la víscera me grita que hace falta ser gilipollas, el sentido común se abstiene de opinar y el escéptico que habita en mí me susurra que de los cargos políticos puedes esperarte cualquier cosa, incluso que un primate se haya alzado con la presidencia de la RFEF. Cosas veredes, amigo Sancho...

    Por supuesto, y como es bien sabido, la cosa no acaba ahí: en pleno subidón emocional (más agravante que atenuante, considerando la dignidad institucional del cargo), el presidente-primate, embriagado de felicidad heteropatriarcal, inmoviliza y propina a Jennifer Hermoso, capitana de la selección española, un besote de esos que se dan -y se reciben- con los labios y los dientes apretados. Un besote quizá sin vicio, pero también a prueba de cobras.

    La sarta de descalificaciones proferidas por el expresidente en la entrevista postpartido para cauterizar el primer chispero de críticas (pringaos, tontos del culo, gilipollas) confirman, de nuevo, mis impresiones sobre un personaje de magna prepotencia, por cuyas venas corre la sangre caliente de Jesús Gil, Donald Trump, Elon Musk y demás histriones soberbios, ebrios de poder.

    Al otro lado de la ecuación están los hechos de Jennifer Hermoso; primero -esta vez sí- en el vestuario y, después, a bordo del autocar. El primer vídeo me muestra a la capitana amorrada sin complejos a un botellón de champán, aún vestida con el uniforme de la selección; la chavala está celebrando sin atisbo de traumas ni mala sangre que acaba de ganar un campeonato del mundo. Con la boca llena de migas, Jenni farfulla un “ehhh... pero no me ha gustao, ¿eeeehhh?” a propósito del beso, y después continua zampando pasteles a dos carrillos como si no hubiera un mañana. Jolgorio de instituto a su alrededor. En el segundo vídeo, ya en el autobús, sus compañeras de equipo corean con retranca juvenil “¡¡beso, beso, beso, besooo!!” y después jalean “¡presi, presi..!”. Pienso en cómo, días después, rodarán cabezas federativas por aplausos similares a Luis Rubiales.

    Hasta ahí creo yo que la trascendencia de los hechos según se nos presentan, por obvia, no precisa análisis sesudos ni dobles lecturas. No hay que darle más relevancia al asunto que la que evidencia el testimonio gráfico de las apariencias. No cabe duda de que Luis Rubiales es un gañán con cargo, un orco con mando en las altas esferas del deporte, pero no es menos cierto que Jennifer Hermoso no es precisamente una delicada flor necesitada de un galán que defienda su honor mancillado. El suceso no es más que una anécdota, desafortunada en las formas pero sin enjundia de fondo que, en mi opinión, no justifica la deriva catastrófica de los acontecimientos posteriores.

    La tormenta perfecta, el shitstorm, se gesta después, cuando toman cartas en el asunto el sindicato de jugadoras, los políticos, los juristas, la prensa especializada, los tertulianos, las redes... Empiezan a cocinarse los conceptos que aportarán sabrosura mediática a la polémica: “beso no consentido”, “agresión sexual”, “coacciones”.

    Imagino a la pobre Jenni atrapada entre la espada y la pared: a un lado del teléfono, Luis Rubiales, o su entorno, calentándole la cabeza para que matice unos hechos, pidiéndole -tal vez exigiendo- mentiras piadosas: cómete ese marrón por el bien del deporte español, campeona. Luego la llama el sindicato de jugadoras y le tienta con un puente de plata: déjalo en nuestras manos, que tú no sabes ni debes gestionar estas cosas.

    Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo: quitarme de en medio y dejar que Luis Rubiales se coma sus propios marrones -a César lo que es de César-, dando carta blanca al sindicato de jugadoras para liarla parda en mi nombre. A mí plim, yo me voy pa Ibiza a continuar celebrando con el resto del equipo.

    Y así fue que el sindicato dijo lo que dijo a propósito del asunto a golpe de comunicado oficial, difundido y ampliamente glosado en todos los medios de comunicación. Mientras tanto, Jenni se apretaba su tercera piña colada en la cubierta de un yate alquilado por la Federación, probablemente planificando algún tatuaje conmemorativo de su gesta mundialista.

     Después llegaron las mareas jacobinas: el populacho iracundo, puesto hasta las cejas de Agresión Sexual, ofreciendo inopinadamente solidaridad y apoyo a una víctima a propósito de algo que ni fue agresión ni tuvo componente sexual alguno, al menos tal y como yo entiendo el significado de esos términos sin necesidad de recurrir a la Real Academia.

    Aquí se acaban las explicaciones simples. Cerremos la navaja de Ockham y dejemos que corra la sangre.

11 de septiembre de 2023

Coñazo de niños

    

     El censo estival de mis vecinos de adosado incluye a dos hermanos y sus respectivas esposas, los abuelos -probablemente los dueños de la vivienda- y dos críos de corta edad cuya autoría biológica atribuyo por mitad a cada pareja. Presumo que como los salarios hoy día llegan hasta donde llegan, cada verano el clan se apelotona sin remedio al otro lado de la valla del patio-jardín que separa nuestras viviendas. Dada la extraordinaria acústica de la calle, que ya quisiera para sí la Ópera de París, mi sosegada vida estival se ve sometida a una especie de podcast inmersivo que me hace partícipe involuntario de la vida de los otros. En tiempo real, mientras escribo esto a altas horas de la noche; esto es, fuera de horario infantil: “Florentino Pérez vive en la calle Velázquez, justo intersección con Francisco Silvela…”. Y, no, decir que no son vecinos gritones; sus conversaciones mantienen un tono normal pero, ya digo, en esta calle la acústica es inmejorable, “(…) y se me han olvidado las llaves, por eso estaba preguntando (…)”. Imposible sustraerse.

    Debo insistir en que el popurrí familiar del adosado colindante no forma vocerío, y que la culpa de las reflexiones de este blog no la tiene el exceso de decibelios sino el indigesto contenido de la murga con la que me vienen atormentando desde el patio de al lado, día sí y día también, desde que comencé mis vacaciones.

    Son los niños -pobrecitos- la causa de todos mis quebrantos veraniegos; niños soportando la injerencia constante de los adultos a cargo de su cuidado y educación, como torpes quintacolumnistas haciendo esfuerzos y sacrificios estériles para infiltrarse en un mundo infantil al que no pertenecen.

    Para mí que la culpa de todo la tienen las teleseries y películas americanas para todas las audiencias, aquejadas por un insufrible y crónico trauma de guion en el que una relación paterno (o materno) filial fallida o amenazada condiciona indefectiblemente los derroteros de la trama. El mensaje subyacente es que la familia unida jamás será vencida, y de ahí el modelo de padre norteamericano: ese padre-héroe divorciado que lleva a sus hijos al béisbol o que acude a la función de teatro del colegio o a la ceremonia de graduación con un balazo en el estómago tras salvar al mundo y que muere heroicamente después, pero no sin antes haberse reconciliado con su mujer (en el fondo aún enamorada) y los retoños (eres el mejor papá del mundo). Y lo mismo vale para la madre: ex-prostituta o drogadicta rehabilitada, agente undercover de la CIA, superheroína con problemas domésticos, también divorciada o a punto de malograr su sacrosanto matrimonio con un marido pánfilo que la adora y unos churumbeles echándose a perder (malas calificaciones, malas compañías...) por culpa de su quehacer profesional Al final, triunfa el bien, muere el mal y la familia unida jamás será vencida: God bless America.

    Al modelo de progenitor de corte norteamericano hay también que sumar la pujanza de la psicología de revista de modas -con presencia creciente en las secciones de la prensa generalista- que, frente a la cachetada educativa de tiempos pasados, nos anima a tender canales de comunicación racionales, argumentativos con el niño, con resultados que a mi juicio dejan bastante que desear. Así, no es infrecuente que en la búsqueda de un ámbito común de entendimiento con el querubín, los padres de hoy en día, pasados de frenada, depongan incondicionalmente las armas de la autoridad frente a un pequeño adversario más listo que los ratones colorados, y que toma el mando en plaza en un abrir y cerrar de ojos: tras la bochornosa claudicación, el Rey de la Casa somete a quienes son ahora sus súbditos balbucientes a las leyes y convenciones de su mundo infantil de caprichos, berrinches y despropósitos.

    Dicho todo lo anterior, regreso a mis vecinos de adosado y a sus dos Imperiales Criaturas. Regreso con desazón a la turra distópica que me veo obligado a soportar, como ya he apuntado, por obra y gracia de las excelentes condiciones sonoras de esta calle vecinal. Pareciera que los cuatro adultos (más un número indeterminado de comadres que van y vienen en horario infantil y la esporádica presencia de los consuegros, todos ellos partícipes de la conspiración) nada tuvieran que conversar entre sí en presencia de las Imperiales Criaturas. Como en una diabólica catarsis de retraso intelectual colectivo, el patio contiguo se transforma en un jardín de infancia de pesadilla en el que progenitores, abuelos, consuegros y comadres se calzan los pañales, aflautan la voz y empiezan a proferir sandeces, probablemente con la loable intención de entablar una dialéctica constructiva con los niños. El pandemonio es incesante hasta que, gracias a Dios, se los llevan a la playa o a dormir. O a donde sea, pero se los llevan.

    Triunfa el modelo norteamericano de progenitor comprensivo, devoto y protector de sus hijos, dialogante hasta el absurdo, condenado a un sinfín de actividades extraescolares que le privan de su escaso tiempo propio y, de paso, esquilman su bolsillo. Triunfa el intervencionismo woke en la infancia de los críos. Triunfa el empoderamiento descerebrado que dinamita los límites del respeto y que otorga voz y voto a quienes aún no saben hacer una o con un canuto. Y, en lo que a mí respecta, triunfan las formas de comunicación empalagosa, invasivas de un universo infantil al que los adultos no pertenecen. En vez de dejar que los niños estén a sus cosas, que jueguen con su amiguito imaginario si fuera menester, mis vecinos -sobre todo las abuelas y las comadres- se empecinan en calzarse el disfraz de subnormal para realizar una inmersión patética en los mundos de Peter Pan y allí abanderar intercambios sonrojantes con los que sabotean sistemáticamente mis lecturas, mis cervezas y mis ratitos pasmados a pie de porche.

    Y lo más triste es que pensarán que lo están haciendo bien, que ser padres y abuelos consiste en eso: no sólo desfilan dócilmente como ovejas al matadero de los constructos sociales importados sino que, para mayor inri, hacen lo posible por bordar el desfile (y a fe mía que lo consiguen) dejando el listón de la estupidez aún más alto para los borregos que vengan detrás

 

*** 


    P.s. Cuando termino de escribir esto, ya en los estertores del verano, mis vecinos y las Imperiales Criaturas se han esfumado. La calle retoma su cacofonía habitual, inclusive la progenie adolescente de los Neocatecuménicos, dos adosados más allá. En verdad que Dios les ha dado muchos... pero eso ya es otra historia.