2 de octubre de 2010

Irina o la arquitectura del fracaso

Nunca llegué a conocerla, y por eso fue que no tuve más remedio que darle un nombre imaginado. Un nombre que hoy, al cabo de algunos años, apenas evoca los rasgos de la mujer joven que leía ensimismada, sentada en uno de esos bancos de piedra adosados al muro del andén del Metro de República Argentina.

Irina me robó el corazón de una forma extraña. Con la fuerza natural e inexorable de un imán arrastró involuntariamente hacia sí hasta la última esquirla mineral de sentimiento que andaba convulsa y desperdigada entre los restos del naufragio viviente que por aquel entonces era yo.

Mi libro, que también era su libro, el mismo libro raro, idéntica edición de bolsillo  e idéntica historia que sus ojos y los míos descifraban, que cada uno hacía propia a su manera.

Yo, anónimo y arrinconado tras los cristales, ahogado en una multitud indiferente de viajeros, en el interior de un vagón que, por una u otra razón, permanecía detenido con las puertas abiertas, demorando su salida. Tres metros de aire transparente entre Irina y yo, muralla invisible que con el correr de los segundos apuntalaba con mi indecisión, con el engrudo de mis miedos, hasta dotarla de consistencia sólida e insalvable. Cuando las puertas del Metro finalmente se cerraron había culminado otro producto admirable de la arquitectura del fracaso.

Pude aún observarla  por un breve espacio de tiempo, absorta en la lectura, mientras yo apretaba la frente contra el cristal con el libro desplegado sobre la corbata. Entonces todo comenzó a moverse e Irina, ya fuera de mi alcance, se fue haciendo pequeña en la distancia hasta confundirse con el resto del paisaje subterráneo bañado en luz de neón. Luego, la oscuridad del túnel.

Quince minutos después detuve mis pasos frente al mismo banco de piedra que ahora estaba vacío. Llevaba el libro en la mano para intentar explicar, decir, pretextar cualquier cosa. No fue necesario, como tampoco lo fue a la mañana siguiente ni en los días que siguieron.

Sólo he olvidado el título del libro.

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