28 de octubre de 2010

El Chapas

Me gustaría, pero no soy capaz de contar su historia; ni siquiera puedo imaginarla, o tal vez sí, pero es que resulta que el Chapas es real, puro presente continuo; y una cosa es recrear fantasías animadas de ayer y hoy en la página de este blog y otra muy distinta abordar la deconstrucción imaginaria de un Ser absoluto y perfecto, como absolutos y perfectos pueden ser, por ejemplo, un martillo, un balón o la tortilla de patata, para que nos entendamos. Queden por tanto advertidos los  los improbables lectores de que no hallarán en estas líneas más que una descripción  de lo visto, y no de lo imaginado. Para esto último no tendría más remedio de servirme de mentiras endebles (mi limitado talento literario me impide forjar mentiras formidables) que, francamente, no le harían justicia. En resumen, el Chapas desafía y sojuzga la imaginación (al menos la mía) y hace bueno el dicho de que una imagen vale más que mil palabras. 

Jamás he cruzado una palabra con él, y rara vez he tenido la oportunidad de verlo ir y venir, a pesar de que ambos cohabitamos en el barrio desde tiempos inmemoriales. Ignoro dónde, con quién y de qué vive, aunque sí puedo afirmar que cuenta con medios económicos suficientes para costearse una botella de Coca-Cola mediana que indefectiblemente porta en La Mano de Los Anillos. La botella está siempre destapada y el contenido líquido de su interior se intuye lacio, inequívocamente descarbonatado, como el de los restos de un botellón a la mañana siguiente. O podría ser que la botella, en realidad, contiene algo diferente: un combinado de vermú y Lexatín o Diazepán, por ejemplo. Pero ya me estoy dejando llevar por las hipótesis maledicentes y, como ya he dicho antes, no puede ser éste el propósito de la semblanza. Nunca le he visto beber de la botella, así que no es descartable que ésta no sea más que un complemento tributario de su estética personal inclasificable.

Sólidamente afianzado sobre las piernas separadas más allá del paralelo de las caderas, permanentemente alerta, con la cabeza ligeramente proyectada hacia adelante, el Chapas carga con la botella de Coca-Cola como una suerte de pistolero que acaba de vaciar el cargador de su revólver en el cuerpo de una víctima imaginaria. A veces, la otra mano, la que no es La Mano de Los Anillos, pero sí la del brazalete de cuero con tachuelas, sostiene un cigarrillo encendido que fuma con parsimonia, sin descomponer una estampa bastante épica, propia de un cromo o de un recortable antiguo. Estética y estratégicamente posicionado en la confluencia de ciertas calles del barrio (de cuyo nombre no quiero acordarme), junto al paso de cebra y siempre de cara al tráfico rodado, o a veces de espaldas a los cubos de basura, el Chapas desafía con tranquilidad, de buena mañana, la normalidad tridimensional circundante.

El Chapas calza sistemáticamente botas militares más bien polvorientas, permanentemente combinadas con unos vaqueros viejos y holgados que ciñe a la altura de la boca del esternón -a la manera de las juventudes del Opus Dei o de ciertos epilépticos- con correones de factura militar, motera o rockera, según los días, pero en todo caso de esos que lucen imponentes hebillas de destrucción masiva. Como seguramente habrán podido deducir por los altos vuelos del pantalón, las perneras acortadas sin remedio revelan no poca parte de la caña de la bota y el tiro, aunque no es de esos que sale por la culata, se le repliega un poco contra la entrepierna.

Más arriba, tapando parcialmente la frontera del pantalón, el Chapas luce  un chaleco gastado de tonos oscuros del que prende una constelación de insignias de temática variopinta que va desde la típica estrella maoísta hasta las reivindicativas de bandas punk de los ochenta pasando por un florilegio de slogans agresivos en lengua inglesa cuyo significado probablemente desconozca, si bien no descarto una vaga intuición por su parte. Y algún smiley, dicho sea de paso.

Para rematar el conjunto, una voluminosa cadena de bisutería con evocaciones sadomasoquistas y una esclava de la que pende un Cristo de la Buena Muerte tamaño XL, amén de otras más pequeñas que en su conjunto sintetizan con relativo éxito lo rapero y lo legionario: Viva la Muerte, check it out bro'.

Puede que haya en todo esto algún tipo de estrategia estética preconcebida, pero prefiero no averiguarlo, entre otras cosas porque carezco de la preparación y el cuajo profesional que requeriría ahondar en ese abismo inquietante y regresar incólume de la experiencia (lean este blog: bastante tengo con bregar contra las miserias existenciales endémicas de la Zona Negativa).

Mis disculpas para todos aquellos que a la altura de estas líneas hayan empezado a fantasear antes de tiempo e imaginen al Chapas como una especie de chulazo de barrio, depauperado y un poco esquizoide. Nada mas lejos del morfotipo decididamente enclenque de nuestro protagonista; un cuerpo que recuerda al de una pera menuda y elongada, de carnes delicadas; una pera hardcore con chaleco. Si alguna vez han tenido la oportunidad de contemplar un autorretrato de Robert Crumb sabrán inmediatamente de lo que estoy hablando y me ahorraré ulteriores esfuerzos en describir los fundamentos de la arquitectura facial del Chapas, que básicamente se resumen en unas lentes de culo de vaso blindado y un bigotito ralo enmarcados en un rostro de líneas débiles e imprecisas que transmiten una expresión de imbecilidad miope. Añádase una gorra de béisbol que ha conocido mejores tiempos, un toque de caspa dispersa y pongamos punto final a esta pequeña semblanza sin biografía.

De todo tiene que haber en la viña del Señor.

1 comentario:

Watjilpa dijo...
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