4 de noviembre de 2023

Arqueología epistolar

    Para una lectora improbable, tristezas de hace ya algunos años:

    Llueve. Ha llovido toda la noche, a veces más fuerte, otras mansito. Doy fe de ello, porque tengo sueño ligero, muy ligero, y en estos últimos tiempos más aún, pendiente como estoy del cuenco tibetano con el que mi madre me avisa desde su dormitorio cada vez que necesita ir al baño: Gong. Aún no puede levantarse de la cama por sí sola y necesita de mi abrazo-remolque. A las cuatro de la mañana dos almas en pena recorren despacito, de la mano, la penumbra del pasillo. Fuera, la lluvia repiquetea suave. Todo es íntimo, silencioso y triste.

    Con la climatología, mis chanclas empiezan a cobrar ya ese aire de incongruencia que me separa del resto de los mortales de la urbe. Empiezo a parecer (y tal vez a ser) el Tonto de los Pies Descalzos, dando el cante entre tantas otras deportivas, zapatos y calzado con calcetín de serie que circulan por la calle. Cada vez más viejo, cada vez más autista, cada vez más ignorante, cada vez más troglodita en la caverna de mi barrio. Procuro no frecuentar los bares aledaños, porque si lo hiciera (caña y periódico o libro electrónico al socaire de una pantalla de plasma enredada en un bucle de éxitos de la MTV o en una retransmisión deportiva infinita) ello ya constituiría prueba inequívoca de mi humanidad deslustrada en estos mis Tiempos del Paro.

    Lo digo con los dientes apretados: bienvenido seas, otoño fugaz, pesadilla de los barrenderos, destemple de mis huesos, tiempo de amaneceres mediocres al filo de las ocho. Seas cigarra u hormiga, independentista o patriota, erudito o gañán, el año se va al carajo otra vez. Doy un sorbo a la taza de café y compruebo que se me ha quedado tibio. Tibio; así me siento yo. Un poco.

    Escucho en las noticias que en Tsiombe se están ahogando otra vez más por culpa una climatología cada vez más polarizada (la polarización a todos los niveles debe de ser el signo de estos tiempos que corren), e imagino que por proximidad geográfica te habrá tocado permanecer en casa contemplando por la ventana una cortina de agua que luego se convertirá en un numero tal de litros por metro cuadrado. Ya sabes, la burocracia televisiva de la lluvia. Pero la lluvia junto al mar, aunque moja -y probablemente joda- igual, es otra cosa. En el mar siempre llueve sobre mojado.

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