28 de octubre de 2023

Norman F***ing Rockwell (por si la censura)


    Escucho una y otra vez ese disco de Lana del Rey sin cansarme: a contracorriente de la deriva musical de hoy en día, plagada de colaboraciones puntuales en las que no existe una intención de conjunto, donde no hay motivo ni temática que dote de coherencia a una obra musical, Norman Fucking Rockwell es una de esas raras excepciones. Un disco compacto con un denominador común a todas sus canciones, que es el homenaje de una mujer -al menos así lo entiendo yo- a todos los varones injustamente apaleados por el feminismo áspero y castigador de hoy día. Un feminismo que es incapaz de reconocer que, a fin de cuentas, una mujer también puede enamorarse perdidamente de un hombre y, cegada por esos sentimientos, empantanarse en todas las contradicciones sentimentales, trampas y espejismos propios del amor romántico. Y no, no estoy estoy hablando aquí de los celos insanos o violencia degenerada, que hoy pareciera constituir la esencia de las relaciones heterosexuales según parámetros sociológicos vomitados por el siniestro Ministerio de Igualdad, y que constituyen la dieta de quienes confunden la vida real con las páginas de sucesos de la prensa. Me refiero a la simple zozobra amorosa, angustia existencial y deseo insatisfecho de quien ama y no es amado, pero con la peculiaridad sorprendente, de que el culpable de tanta sensibilidad zaherida resulta ser… ¡un hombre!

    Que el muchacho en cuestión no muestre interés alguno en amoríos tan sublimes, bien porque le falte un hervor o simplemente no esté por la labor de complicarse la vida, es algo absolutamente irrelevante, al igual que la opinión o deseos de tantas y tantas otras mujeres que tradicionalmente han sido objeto de deseo romántico en las canciones compuestas por hombres. Lo cierto es que el turno de respuesta no es una opción para el aludido o la aludida, porque la música -y el arte en general- es así: el retratado nunca opina desde la obra. A lo mejor la Chica de Ayer no vale dos duros, pero qué más da: lo relevante aquí es la sensibilidad de Antonio Vega, que es quien se bate el cobre admirablemente a cuenta de nuestra educación sentimental.

    Sólo falla los penaltis quien los tira, y Lana del Rey -por fin- se ha plantado, valiente, delante del guardameta. Es de justicia que los hombres seamos también merecedores de halagos, poemas, canciones y detalles por parte de ellas. Asimismo es también equitativo el derecho que nos asiste a la indiferencia e incluso a la crueldad: a que ellas sufran por nosotros, a llegar tarde a las citas, a ir a lo nuestro para desesperación de quien se muere por nuestros huesos y, claro que sí, tenemos derecho a vivir confortablemente en el ideario romántico de la música popular, a que nos amen activamente en la letra y en la música de sus canciones, a ser el damiselo en apuros secuestrado por una Playstation a la espera del rescate de una paladina enamorada que cree saber lo que nos conviene, esté en lo cierto o no. Beethoven compuso Para Elisa, y esta sociedad enferma necesita desesperadamente su contrapartida en clave femenina. ¿Qué habría de malo en que una reconocida compositora perpetrase un “Para Roberto”? En este mundo hacen falta mujeres valientes que tiren penaltis a riesgo de fallar, dispuestas a soportar escarnios y burlas por emperrarse con los hombres, dispuestas a no comerse un colín con el macho de la especie, igual que hemos hecho nosotros desde tiempos inmemoriales. Se necesita un ejército de Pagafantas dispuestas a equilibrar la balanza del amor. Hace mucha falta que el verbo emputecerse sea de ida y vuelta. Vaya desde aquí mi más sentido agradecimiento a Lana del Rey y a su Norman Fucking Rockwell. Escúchenlo si pueden.

 


 

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