9 de noviembre de 2023

Despedidas

    Somos seres finitos. Algún día estaremos acabados, aunque no en clave de coña marinera: acabados de verdad. Pasaremos, como dicen, a mejor vida. Hasta ese momento, apuramos nuestro cáliz de la existencia hasta las heces. Posos vitales tal vez amargos para el estoico, pero sabrosos para quien ha sabido disfrutar de la vida sin complejos ni autoayudas estériles. Sorbo a sorbo, tacita a tacita, vamos degustando sin saberlo las que serán nuestras últimas experiencias en este valle de risas, lágrimas y estados de ánimo intermedios, que son la mayoría, con el permiso de ciclotímicos y bipolares.

    Será porque me estoy haciendo viejo, pero es que de un tiempo a esta parte me descubro atrapado a deshoras por la incómoda obsesión de nunca saber que esta o aquella vez fue la última vez. Y ya no más. Y yo a por uvas. Incómoda nostalgia por no haber sabido dar carpetazo honroso a la memoria de lo que no volverá a repetirse. Embocamos el tramo final de nuestras vidas un poco despistados, acostumbrados como estamos a esas despedidas a la francesa de las cosas que creemos de ida y vuelta, como las golondrinas del poeta, a no mirar atrás pensando que el camino que se hace al andar no son más que bucles y rutinas, que la historia -la nuestra- está condenada a repetirse, con pequeños matices, forever and a day.

    Con la lucidez sintomática del jubilado que contempla sin ver la obra municipal, concluyo con desazón (aunque sin sorpresa) que la vida, en realidad, no es así. Me da un ataque de narcisismo autocompasivo y echo mano del Pastillero de las Metáforas: pasan los años y seguimos soltando lastre inopinadamente sin percatarnos de que nuestro aerostato pronto abandonará la atmósfera, y convivir con el polvo de las estrellas tal vez sea romántico, pero no factible.

    A esas deshoras obsesivas me doy cuenta de que probablemente jamás regrese a California, de que tal vez no vuelva a pisar una discoteca o una sala de cine, de que a lo mejor no vuelvo a tocar una teta nueva ni viajar a Barcelona. Mi último polvo, mi última clase de aeróbic, mi buen amigo de antaño, aquella carrera por playa antes de que la rodilla me traicionase para siempre. El Fin de Año que no se repetirá. Aquel abrazo que pude haberte dado sin saber. Y tantas y tantas páginas del libro de la vida en las que olvidamos doblar una esquinilla, por si acaso un día el polvo de las estrellas no nos deja ver el sol.




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