16 de septiembre de 2023

Jenni y el orco

    No me gusta meterme en jardines ajenos ni abrir ese o aquel melón de temporada, entre otras cosas porque en los medios de comunicación de este país abundan prestigiosos jardineros paisajistas y hortelanos profesionales ante cuya formación y experiencia me quito el sombrero: quién soy yo para opinar, qué puedo yo aportar en los asuntos de candente actualidad que no hayan abordado ya exhaustivamente comunicadores e influencers desde las abigarradas trincheras del espectro político.

    Me refiero, claro está, a la presunta agresión sexual perpetrada ante las cámaras de televisión de medio mundo por el ahora expresidente de la Real Federación Española de Fútbol. A estas alturas de la película, la víctima del atropello, a la sazón capitana de la Selección Española de fútbol ha hecho mutis por el foro tras interponer denuncia ante la Fiscalía: testificará desde México lindo, supongo, a través de videoconferencia, como los políticos de alcurnia. Por su parte, el exdirigente concede entrevistas a medios extranjeros, a la manera del prófugo Puigdemont. En mi opinión, el inglés macarrónico del entrevistado no es buen aliado si lo que pretende es ofrecer urbi et orbe su visión exculpatoria de unos hechos presuntamente constitutivos de delito. En fin, Ana Botella en su día lo hizo peor.

    Cual tertuliano de bar reconozco mis carencias intelectuales. Soy de natural perezoso: nunca me ha dado por indagar en las exquisiteces jurídicas que apuntalan la legitimidad de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual ni en las filosofías complejas que subyacen a la dialéctica del movimiento feminista. Gracias a Dios, son cuestiones que, a diferencia, por ejemplo, de la gasolina o el aceite de oliva, no tienen incidencia directa en mi día a día. De hecho, mi conocimiento y experiencia del 99,99% de la realidad es de oídas y de pasada: el mundo es así en la medida en que así me lo han contado. Consciente de ello, es natural que escepticismo y sentido común sean, al menos para mí, herramientas muy útiles a la hora de interpretar el porqué de las cosas. Y la víscera. También la víscera.

    Me declaro, por tanto, culpable de la escasa profundidad con la que abordo de las cuestiones objeto de este blog de pachanga. En particular, el asunto de hoy está escrito un poco con la mano tonta pero, parafraseando a Jesucristo, el que se haya leído la exposición de motivos de la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre que arroje la primera piedra.

    Así que, en lugar de analizar las implicaciones jurídicas y filosóficas del caso hasta sus últimas consecuencias -ya digo, no podría por pura pereza-, abro la navaja de Ockham y araño la superficie de los hechos en busca de explicaciones simples, y esto es lo que me encuentro: el presidente de la Real Federación Española de Fútbol pierde los papeles tras el gol que dio la victoria a la selección femenina en el campeonato mundial de fútbol. En un arranque emocional impropio de su cargo, confunde el palco de autoridades con los vestuarios del club, a la reina de España con el fisioterapeuta y no se lo piensa dos veces antes de agarrarse el paquete y celebrar: ¡¡uno a cerooooo!! ¡¡Toma toma, Inglaterra, cómeme el nabo, oe oe oe!!

    Si me piden enjuiciar prima facie el comportamiento de Luis Rubiales, la víscera me grita que hace falta ser gilipollas, el sentido común se abstiene de opinar y el escéptico que habita en mí me susurra que de los cargos políticos puedes esperarte cualquier cosa, incluso que un primate se haya alzado con la presidencia de la RFEF. Cosas veredes, amigo Sancho...

    Por supuesto, y como es bien sabido, la cosa no acaba ahí: en pleno subidón emocional (más agravante que atenuante, considerando la dignidad institucional del cargo), el presidente-primate, embriagado de felicidad heteropatriarcal, inmoviliza y propina a Jennifer Hermoso, capitana de la selección española, un besote de esos que se dan -y se reciben- con los labios y los dientes apretados. Un besote quizá sin vicio, pero también a prueba de cobras.

    La sarta de descalificaciones proferidas por el expresidente en la entrevista postpartido para cauterizar el primer chispero de críticas (pringaos, tontos del culo, gilipollas) confirman, de nuevo, mis impresiones sobre un personaje de magna prepotencia, por cuyas venas corre la sangre caliente de Jesús Gil, Donald Trump, Elon Musk y demás histriones soberbios, ebrios de poder.

    Al otro lado de la ecuación están los hechos de Jennifer Hermoso; primero -esta vez sí- en el vestuario y, después, a bordo del autocar. El primer vídeo me muestra a la capitana amorrada sin complejos a un botellón de champán, aún vestida con el uniforme de la selección; la chavala está celebrando sin atisbo de traumas ni mala sangre que acaba de ganar un campeonato del mundo. Con la boca llena de migas, Jenni farfulla un “ehhh... pero no me ha gustao, ¿eeeehhh?” a propósito del beso, y después continua zampando pasteles a dos carrillos como si no hubiera un mañana. Jolgorio de instituto a su alrededor. En el segundo vídeo, ya en el autobús, sus compañeras de equipo corean con retranca juvenil “¡¡beso, beso, beso, besooo!!” y después jalean “¡presi, presi..!”. Pienso en cómo, días después, rodarán cabezas federativas por aplausos similares a Luis Rubiales.

    Hasta ahí creo yo que la trascendencia de los hechos según se nos presentan, por obvia, no precisa análisis sesudos ni dobles lecturas. No hay que darle más relevancia al asunto que la que evidencia el testimonio gráfico de las apariencias. No cabe duda de que Luis Rubiales es un gañán con cargo, un orco con mando en las altas esferas del deporte, pero no es menos cierto que Jennifer Hermoso no es precisamente una delicada flor necesitada de un galán que defienda su honor mancillado. El suceso no es más que una anécdota, desafortunada en las formas pero sin enjundia de fondo que, en mi opinión, no justifica la deriva catastrófica de los acontecimientos posteriores.

    La tormenta perfecta, el shitstorm, se gesta después, cuando toman cartas en el asunto el sindicato de jugadoras, los políticos, los juristas, la prensa especializada, los tertulianos, las redes... Empiezan a cocinarse los conceptos que aportarán sabrosura mediática a la polémica: “beso no consentido”, “agresión sexual”, “coacciones”.

    Imagino a la pobre Jenni atrapada entre la espada y la pared: a un lado del teléfono, Luis Rubiales, o su entorno, calentándole la cabeza para que matice unos hechos, pidiéndole -tal vez exigiendo- mentiras piadosas: cómete ese marrón por el bien del deporte español, campeona. Luego la llama el sindicato de jugadoras y le tienta con un puente de plata: déjalo en nuestras manos, que tú no sabes ni debes gestionar estas cosas.

    Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo: quitarme de en medio y dejar que Luis Rubiales se coma sus propios marrones -a César lo que es de César-, dando carta blanca al sindicato de jugadoras para liarla parda en mi nombre. A mí plim, yo me voy pa Ibiza a continuar celebrando con el resto del equipo.

    Y así fue que el sindicato dijo lo que dijo a propósito del asunto a golpe de comunicado oficial, difundido y ampliamente glosado en todos los medios de comunicación. Mientras tanto, Jenni se apretaba su tercera piña colada en la cubierta de un yate alquilado por la Federación, probablemente planificando algún tatuaje conmemorativo de su gesta mundialista.

     Después llegaron las mareas jacobinas: el populacho iracundo, puesto hasta las cejas de Agresión Sexual, ofreciendo inopinadamente solidaridad y apoyo a una víctima a propósito de algo que ni fue agresión ni tuvo componente sexual alguno, al menos tal y como yo entiendo el significado de esos términos sin necesidad de recurrir a la Real Academia.

    Aquí se acaban las explicaciones simples. Cerremos la navaja de Ockham y dejemos que corra la sangre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo he visto hoy a una jugadora del equipo femenino dirigirse al centro del campo del nuevo Mestalla con la copa del mundo femenina para hacer el saque de honor, por cierto con gran desgana del publico. Algo dentro de mi decía....que se acerque el árbitro y le dé un piquito antes del saque , a ver qué pasa.....