28 de septiembre de 2023

Es la economía, estúpido

    Nunca se me dieron bien las matemáticas. En el instituto intenté apartarme de ellas a todo trance, cual bachiller macaco que se escapa por ciertas ramas del árbol del saber. Me escapé, claro, por las ramas de letras, como única alternativa a una muerte académica prematura. Tal vez la culpa fue de los profesores que me tocaron en suerte: funcionarios sin vocación, sin aptitudes didácticas, esclavos de su sueldo o de un sistema pedagógico infame o de ambos. O tal vez haya sido yo un mal estudiante; probablemente esto último.

    Pero no he venido a esta entrada del blog a flagelarme -descuiden, que esas ya vendrán. Decía que nunca se me dieron bien las matemáticas y lo cierto es que aún a día de hoy me cuesta horrores entender la realidad a través de los números, que es como a menudo nos la intentan explicar en los telediarios y demás medios de comunicación.

    Pareciera que el signo de estos tiempos que corren pasa por acomodar la realidad a una plantilla de exactitudes matemáticas. Las estadísticas son herramientas insustituibles cuando se trata de calibrar la marcha del sistema; las macrocifras avalan la adopción de medidas que en último término impactarán en un colectivo humano que es definido en función de ratios de productividad, renta per cápita, alzas del tipo de interés, tasa de inflación, porcentajes por aquí, porcentajes por allá… Cuando la ministra fulanita o el secretario de estado menganito anuncian exultantes un crecimiento económico dos puntos por encima de las previsiones supongo que eso significa que el país va seguramente bien aunque no es menos cierto que la oposición va a encargarse de desmentir la buena nueva esgrimiendo otras cifras, sin duda respetables, según las cuales España arroja resultados económicos tercermundistas. Lo cierto es que jamás de los jamases llegaré a aprehender las sofisticadas hipótesis matemáticas, cálculos económicos y modelos estadísticos que soportan las conclusiones planteadas por unos y otros. En primer lugar porque, como ya he dicho, no soy hombre de ciencias y en segundo lugar porque, aunque lo fuera, necesitaría tiempo, interés y recursos que me permitieran contrastar evidencias y posicionarme críticamente. Así que daré o no crédito al anuncio en función de mis sesgos políticos, pero no estoy yo como para desbrozar Gigabits de información macroeconómica en pos de la verdad: tengo una vida que vivir, problemas que solucionar, ustedes seguro que me entenderán.

    En realidad, esa supuesta zozobra mental está ya más que superada por mi parte, y lo que realmente sucede es que, al carecer de dimensiones humanas que la hagan comprensible, los vaivenes de la macroeconomía y los balances de resultados empresariales me la traen absolutamente al pairo. La refutación o convalidación del conglomerado de cifras que vertebra el panorama económico solo sirve para mantener en su puesto o, en su caso, cesar a un director general, a un CEO o a quienes diseñen las políticas económicas, además de para suministrar combustible editorial a la prensa económica, que en su especialización se asemeja a la prensa deportiva.

    De forma similar a lo que sucede con el fútbol, se me ocurre que la economía es una especie de superliga a escala global en la que cada país compite con un conglomerado de equipos humanos que pelean por ascender puestos en el primer mundo o por evitar hundirse en las ligas de la pobreza o en todo caso mantener la categoría. El objetivo es sencillo: quien más produce y vende gana, mal que le pese al planeta. Las reglas de esa superliga económica son, por el contrario, extremadamente complejas, y su discernimiento, como ya he dicho antes, no es apto para ciudadanos corrientes, que han de conformarse con destilados de certezas matemáticas de parvulario que simplifican y reducen los vaivenes de la economía a diferencias porcentuales del tipo 0,90% es menor que 1,20%; o sea dos décimas más o dos décimas menos, que puede ser bueno o malo dependiendo del concepto de referencia. “Bueno” o “malo” o, a lo sumo, “muy bueno” o “muy malo”: esas son las conclusiones limitadas a que nos abocan las ciencias exactas en el campo de la economía, probablemente un reflejo del cálculo binario de unos y ceros. Más allá de esas simplezas maniqueas, el rigorismo matemático es incapaz de abordar el escenario de telenovela -el ruido y la furia- en el que viven y mueren los seres humanos.

     Resulta encomiable el empeño de las televisiones para que el público entienda las complejidades de la ciencia meteorológica: ese hombre del tiempo campechano y didáctico que nos alecciona sobre las implicaciones que el movimiento de gases y fluidos tiene en nuestra vida diaria, que es conocimiento útil para sacar el paraguas y evitar golpes de calor, a la par que herramienta de concienciación del cambio climático que últimamente nos está jodiendo. Y sin embargo los medios no dedican, ni de lejos, esfuerzos similares a la hora de traducir estadísticas, conceptos abstrusos y arcanas políticas financieras que determinan nuestra clasificación en la superliga global de las economías. Es posible que se trate precisamente de eso; que todo quede en vaguedades estadísticas e incrementos decimales vinculados a conceptos que, aparte de “bueno” o “malo” el ciudadano es incapaz de procesar y traducir en responsabilidades políticas concretas o en malestar social localizado: cuidado con asaltar las fronteras de la matemática compleja, no sea que la gente acabe sumando dos y dos y se líe parda.

    Es buena cosa, ya digo, que los meteorólogos se esfuercen en enseñarnos el porqué sacar el paraguas cuando llueve y que prestigiosos cocineros inicien a la población en los secretos de un buen sofrito. Nuestro interés por carbohidratos y colesterol es cada vez mayor porque eminencias y catedráticos en dietética nos alertan de su potencial impacto en lorzas y arterias. Y sabemos todo esto gracias al énfasis divulgativo que los medios de comunicación ponen en estas cuestiones.

    Pero la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, los fondos soberanos, los presupuestos generales del Estado y las pulsiones del mercado bursátil, entre otros, son entes oscuros; tal vez turbios, aunque nunca alcanzamos a saber, ya que cualquier conato de esclarecer, siquiera para tener un mínimo criterio, se estampa contra el muro de conceptos de economía teórica y sus cimientos estadísticos y matemáticos. La inflación se dispara, los intereses hipotecarios no dan cuartel, las entidades anuncian cuantiosos beneficios, las cosechas del futuro se compran y se venden y, aunque parezca difícil de creer, el derecho a contaminar es real. Hay quien gana dinero apostando por la ruina de otros y eso se llama venta a corto. Hace falta combustible y los amos de las reservas petrolíferas recortan la producción encareciendo así el barril de Brent, supongo que por joder geopolíticamente y ganar dinero (no necesariamente por ese orden). Y todo eso se traduce en hechos económicos despersonalizados, sin duda descritos con solvencia científica y apuntalados con gráficos y curvas enmarcados en ordenadas y abscisas. Hechos económicos consumados que se plantean en toda su crudeza abstracta, como por ejemplo: 1El comité de política monetaria del banco central ha mantenido en su reunión de este miércoles los tipos de interés en el rango del 5,25-5,50% (…) El banco central no prevé una recesión, pero sí un periodo de bajo crecimiento, del 2,1% este año y solo del 1,5% en 2024 (año electoral) y del 1,8% en los dos siguientes años. La tasa de paro se situaría en el 4,1% el año próximo, algo por encima del 3,8% con que se espera que se cierre este año”. Pura descriptiva estadística, impecable y -que a nadie le quepa duda- inatacable. De esta forma, y aunque es el principal interesado en sus consecuencias, el pueblo llano es convidado de piedra en la marcha de un sistema económico que vaya usted a saber hacia dónde va pero qué le vamos a hacer.

     Mientras los números cuadren al gusto de unos pocos iniciados; mientras el tercer mundo aguante lo que tenga que aguantar y queden recursos por esquilmar en el planeta, la lista Forbes seguirá engrasada y no hará falta sacar los tanques a la calle.

 

 

1Publicado el 20 de septiembre en El País, sección Negocios. Crónica a cargo de Miguel Jiménez.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Amén
Excelente vocabulario