16 de marzo de 2013

Lagartas


Lucen sus cuerpos sinuosos al pie de un lienzo gigante serigrafiado de reclamos publicitarios que a menudo desmerecen hasta el oprobio unos cuerpos que la sabia naturaleza no ha manufacturado para patrocinar embutidos, cajas de ahorros o productos lácteos. Inmóviles, gesto petrificado y pupilas inasequibles al bombardeo de los flashes, las lagartas enseñan muslo y escote mientras son ametralladas, clac, clac, clac, por una multitud indistinta de fotógrafos mercenarios y sus cámaras de variados calibres. Criaturas hermosas por definición son, precisamente por ello, capaces de mimetizarse armónicamente con los hombres que las poseen o las franquicias a las que se deben. Qué bien que te queda esa compresa en la mano, cariño, pero igual podía ser un salchichón, un gañán adinerado, un cepillo de dientes o un negro desnutrido. Las lagartas son a la vez sujetos de glamour y objetos de poder capaces de concitar atenciones, envidias, deseos y hasta disertaciones en blogs mediocres como este que ahora se toman la molestia de hojear.

Reptiles vagamente acomplejados, pareciera que las lagartas se afanasen en demostrar a quien les pregunte que el mundo las venera por razones equivocadas; que bajo el terso canalillo late un corazón de oro y que detrás de la mirada cautivadora, detrás de las caritas lavadas, hay tesón y talento a raudales. Que ese coño suyo no es un coño cualquiera; al contrario, es un coño solidario, un coño bondadoso, un coño con estudios, oiga. Escarben, Improbables Lectores, entre las líneas de cualquier entrevista o tertulia al uso y no hallarán otra cosa que esta reivindicación básica que, por otra parte, no evidencia más que esta o aquella lagarta han hecho los deberes según los dictados del manual imaginario que llevaría por título La Redención del Reptil o Como Sacar Petróleo de la Herencia Biológica de Dios.

Noventa-sesenta-noventa es la tríada de números mágicos que delimita el umbral de discriminación estética que permitirá a las lagartas buenorras, aunque sin oficio ni beneficio, abrirse trocha en el mundo de los Hombres de Éxito con el consabido Par de Buenas Razones. Razones que constituyen un argumentario extremadamente simple pero eficaz y que, en último término, les garantizará la supervivencia, ligeritas de ropa, en la cubierta de una embarcación de recreo, un reportaje a todo color embutidas en faralaes durante la Semana Santa sevillana, el Todo Incluido entendido como estilo de vida por defecto y méritos curriculares sospechosos del tipo “modelo” o “empresaria”, pero suficientes para cubrir expediente en las revistas de mucho mirar y poco leer. Lagartas indolentes y afortunadas para las que siempre existirá un coleccionista de reptiles con posibles; por lo general un torero, un futbolista, un empresario, un político, un actor u otros oficios más o menos mediáticos en los que la fotogenia extrema es condición necesaria para las capitulaciones matrimoniales.

En las etapas más tempranas de su existencia debutan al calor de los focos de un Mundo Macho que consciente o inconscientemente se pasa por el arco del triunfo la igualdad de géneros porque, a fin de cuentas, la señorita se deja invitar y con toda naturalidad acepta fiestas, copas y drogas gratis y, llegado el caso, otros detalles golfos de mayor calado aunque si es lista (que no inteligente) una lagarta que se precie siempre se cuidará de reservar el derecho de admisión a la zona VIP allende sus bragas.

Seres efímeros como su belleza, las lagartas han de asegurarse cuanto antes el paso por la vicaría del Señor y la progenie que les procurará el sustento y la dignidad futuras, cuando la cirugía no pueda ya garantizar su hegemonía sexual en el terrario, forzándolas a abandonarlo discretamente pero con pensión alimenticia garantizada como señora de, serena divorciada o viuda del que fue, según los casos, y unas memorias que, bien por publicables o por impublicables, acaso valgan un dinerillo.

Claro que las hay que no se resignan a la decadencia y no aceptan la metamorfosis humillante e inevitable que determina el tránsito del reptil al mamífero. O de lagarta a vaca vieja, si se quiere. El final en estos últimos casos es previsible y por todos conocido, a pesar de lo cual les haré una breve síntesis: En un arrebato de furia tabloide la vaca vieja, con mayor o menor fortuna, se pone a su cirujano por montera, se traviste de lagarta recalcitrante y se arroja a una francachela de romance, sexo, caspa y botox. Las posibilidades comerciales de relanzar al estrellato mediático a la vaca vieja son cuidadosamente evaluadas en consejos editoriales y departamentos creativos. Una portada en el Interviú, tertuliana en un programa de chismorreo catódico, un cameo en alguna producción cinematográfica populachera, quizás la telerrealidad friki o, si todo lo demás falla, una corresponsalía o un tarot a deshoras en alguna teletienda. Y también -por qué no- la vana gloria de saberse ícono de jóvenes maricas de la vieja escuela.




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