7 de noviembre de 2010

La Caída

Diego Forlán lleva dieciséis partidos sin marcar. Los periodistas deportivos achacan la sequía goleadora al agotamiento después del Mundial, pero yo creo que es por esa especie de peineta con la que se acomoda las guedejas uruguayas, que da mal fario. Pienso esto a propósito de mis deficiencias imaginarias e intento hallar una excusa fuera de mí que me evite el entonar el mea culpa por la ausencia de ideas estupendas que me permitirían sacar adelante con dignidad este blog anónimo en el que me he embarcado hace ya tres meses. Así que aquí y ahora escribo desde el banquillo de los suplentes, y me limito a sobrellevar la tediosa rutina de los entrenamientos con palabras, a la espera de que la musa (esa especie de mister, en mi caso, de los escritores de tercera regional) me devuelva la titularidad perdida hace ya dos o tres días. O a lo mejor es que he dicho ya todo lo que tenía -o podía- decir. Lo cierto es que cada click en el botón “publicar” es un salto al vacío, caída libre y aceleración uniforme entre tinieblas hasta que, en un momento dado,  aterrizo como puedo sobre, por ejemplo, un chino y una patata, aeródromo improvisado donde los haya.

Pero ahora, ni eso, así que me resigno a esta especie de barrena sin control que me ha tocado en suerte e intento agarrarme a cualquier palabra, recuerdo, imagen, clavo ardiendo o despojo sentimental que se me atraviese en medio de este desplome vertiginoso y extraño. Lo único que consigo es llevarme por delante pequeñas mierdecitas insignificantes, satélites parasitarios, que empiezan a gravitar a mi alrededor mientras mi estrella, a punto del colapso, continua su desplome errático hacia ninguna parte.

Arrastro en mi caída indolora a Bon Scott, el mejor cantante de rock de todos mis tiempos vivos, y sobre todo también de mis tiempos muertos. Me gustaría poder decir algo de él, pero la verdad es que a lo largo de nuestra relación de tantos años ha sido siempre el australiano tatuado el que ha llevado los pantalones (que se lo digan a Angus Young) y por supuesto la voz cantante en el salón de mi casa. La escena se repite una y otra vez y es, más o menos, así: La llave gira cuatro veces en la cerradura clackatack, clackatack, clackatack, clackatack-raack y entro en casa abatido, resignado y silencioso, rezumando aceras y Metro de Madrid, con el alma podrida de plomo, el nudo de la corbata descoyuntado y los platos aún sin fregar. Enciendo el estéreo, y que por pedir no quede: Ya sé que estoy abusando, pero haz el favor de cantarme algo que me convenza de lo contrario ahora mismo. Y cántamelo bien clarito, sin pelos en la garganta, que yo me entere otra vez de quién coño soy, porque se me ha vuelto a olvidar entre tanta mierda de correos electrónicos y pasillos de oficina. Y el tipo tira de repertorio y me recuerda que no hay deber cumplido sino, pura y simplemente, supervivencia ganada: 

(…) Asking nothing, leave me be
Taking everything in my stride
Don't need reason, don't need rhyme
Ain't nothing I would rather do
Going down (...)

Lo  confieso: Tengo un libro de poemas de Benedetti criando polvo encima de la mesilla de noche, pero para estos menesteres Bon Scott me vale madres. A fin de cuentas, por las noches estoy demasiado reventado para friegas espirituales; y recién levantado por las mañanas no tengo ojos ni voluntad más que para un zumo de naranja y el café resucitador. Me jode un poco que tuviera el mal gusto de morirse durmiendo la mona en un coche aparcado en algún lugar de Londres, pero así de perra es la vida, amigos. Por cierto que también tocaba la gaita, y nunca me quejé.

Sigamos cayendo. Enhorabuena: El (Excelentísimo) Ayuntamiento de Madrid acaba de cosechar un diezmo más en su campaña inmisericorde de recaudación con la que, intuyo, espera paliar el dispendio de los pasados fastos urbanísticos a costa de arañarles la faltriquera so cualquier pretexto a los siervos de la gleba del siglo veintiuno, entre los que por supuesto me cuento. Han sido cuarenta y cinco Euros por desplazarme un miércoles a eso de las cinco de la tarde hasta la calle Carlos Arniches, en las inmediaciones del Rastro, para comprar veinte kilos de abono enriquecido con aminoácidos naturales y extracto de algas que estimula la floración y la actividad fotosintética de todo tipo de plantas medicinales, aromáticas, alucinógenas y ornamentales. Y me lamento yo, cual cuitado Segismundo:

Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros pasando,
aunque si pasé ya entiendo
qué delito he cometido
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber pasado.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de pasar),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No pasaron los demás?
Pues si los demás pasaron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

Si suponen que, además de parafrasear al triste recluso, me cago en su puta madre (en la del Excelentísimo), suponen bien.

El sexo, cuando sucede en días laborables y entrada la madrugada, tiene su precio, y lógicamente no me refiero a los cuarenta y cinco Euros ut supra. (Aunque, ahora que lo pienso, gustosamente los habría empleado en abonar una felación libre de impuestos en algún portal oscuro de la calle de la Ballesta, en lugar de esa especie de vejación anal inconsentida a la que recién me ha sometido el hipertrofiado Órgano Recaudador del (Excelentísimo) Consistorio de aquesta Villa y Corte. Perdón por el excurso y, dicho sea de paso, larga vida al Tea Party).

Como venía diciendo, el sexo a deshoras trae consecuencias imprevistas a la mañana siguiente, cuando la realidad postcoital sobreviene en toda su crudeza, y a la sierva de la gleba no le queda más cojones que abandonar el lecho a las seis de la mañana por esas cosas del trabajo mal remunerado, mientras que el siervo de la gleba que esto escribe agradece por un lado, entre sueños y legañas, la hora y media de extended play cortesía del Convenio Colectivo de Oficinas y Despachos y, por otro, aunque en menor medida, se compadece de la suerte de la otra. Quince minutos después y siete pisos más abajo, descamisado, sin ropa interior debajo de los vaqueros mal abrochados ni un par de calcetines que llevarse a las zapatillas, el siervo de la gleba experimenta una variedad extrema de autocompasión a pie de calle, al tiempo que libera a su compañera de ardores y fatigas del maquiavélico portal-trampa ideado por la Comunidad de Propietarios, que en realidad esconde un aquelarre de pendejos impotentes adoradores del diablo con delirios de poder.

         - Todo esto será tuyo si te postras y me adoras, viejo jubilado. Y además te haré presidente de la Comunidad de Propietarios.
         - ¿Seré inmortal?
         - No, pero si te esmeras tu labor será recordada por muchos años. Especialmente por el inquilino del 7A.

Perdónenme por el desorden de lo escrito, pero  recuerden que esto es caída libre y que el que ha saltado al vacío no es Greg Luganis, así que no esperen acrobacia, pirueta o experiencia plástica de ningún tipo. Aquí no hay más que tumbos, aspavientos e incoherencias. Si han tenido las tragaderas de continuar con la lectura de esto, es el momento de abandonar, porque me temo que la cosa no va ir a mejor. Más al contrario, porque se me acaba enganchar en el cuello una entrada del Blog de Diana Aller (un lugar de ocio y esparcimiento intelectual, para gilipollas como usted) cuya lectura encarecidamente desaconsejo, pero que publicaré aquí para beneficio de quienes a pesar de todo tengan a bien ser partícipes de mi desazón en vivo y en directo. Queden, no obstante, advertidos de que pulsar este hipervínculo les transportará a un lugar frívolo y bastante desagradable:



Sea como fuere, no hay mal que por bien no venga, y he de decir que  sus esclarecedores y didácticos contenidos han servido para revelar mi faceta -inédita hasta la fecha- de amante incondicional de la vida, aunque la vida sea follarse un sapo un día sí y otro también. Menos mal que nos queda Bon Scott y que un día de estos Diego Forlán se quitará la peineta y marcará un gol. Por ejemplo, mañana.

Y la canción de hoy, como no podía ser de otra forma:

Baby, please, don't go

A César, lo que es de César y a Bon... lo que es de Scott. Hasta otra.

1 comentario:

dandybrandy dijo...

al final sí has marcado gol