4 de marzo de 2014

Vodafone (Sol)



Todos los que vivan en Madrid y que últimamente se hayan desplazado en Metro hasta el Kilómetro Cero de la ciudad para hacer sus compras o, simplemente, por dar una vuelta (ir al centro, a secas, es una forma de entretenimiento cutre que suelo practicar de vez en cuando) se habrán dado cuenta de que un avispado comerciante proveedor de telefonía móvil y un alto funcionario del Ayuntamiento o de la Comunidad de Madrid se han liado la manta a la cabeza y han cerrado un pacto cabrón y diabólico para vender -o alquilar, igual me da- aquello que parecía invendible, inapropiable; algo que hasta ahora parecía estar al margen del comercio.

Estimados Improbables, lamento informarles de que el capitalismo feroz, con la connivencia de unos poderes institucionales ávidos de financiación, ha conseguido infiltrarse en la provincia de los topónimos libres y secuestrar la estación de Sol y la Línea 2 de Metro: Ding, dong, ding, próxima estación: Vodafone Sol; al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén...

Pienso en el crío del anuncio de televisión que viaja a bordo de un coche eléctrico de última generación y que, al pasar delante de una gasolinera, le pregunta a su padre por lo que ve. Se me viene a la cabeza Joseph Goebbels y su mentira mil veces repetida. Busco en Internet a propósito de Goebbels y me encuentro con el Principio de la Vulgarización, enunciado también, al parecer, por el jerarca nazi: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. Quizá los niños de mañana miren al cielo y contemplen un Vodafone resplandeciente iluminando un mundo en el que las marcas habrán colonizado las palabras primero para suplantarlas después. Un mundo Macnífico en el que cualquier patrocinador con dinero para gastar podrá apropiarse del sustantivo o adjetivo que le plazca a golpe de talonario, siempre que exista un poder institucional dispuesto a vendérselo.

La Marca España no es más que una política de Estado (así queda definida en la página web). Actualmente no asocio la Marca España con otra cosa distinta de la democracia pesebrera y corrupta que reflejan las portadas de los diarios un día sí y otro también. Otra de tantas políticas de Estado fallidas si no fuera por que la canallada de Vodafone Sol me hace replantearme la situación desde una perspectiva diferente, y me da por pensar que cuando la avaricia de esos ideólogos de la política de Estado encuentre respaldo en una mayoría absoluta parlamentaria (una mayoría de esas que proporciona cobertura legislativa para este tipo de tropelías) puede que en las escuelas públicas se enseñe la Historia de Zara España, un País de Moda. Imaginen libros de texto de enseñanza oficial adaptados al patrocinio del conglomerado empresarial de Don Amancio. O acaso los estudiantes aprendan geografía de nuestro país en mapas orlados con la leyenda: Firestone España, Tracción y Futuro. ¿Españales Dodot? No se lo tomen a guasa; cualquier esperpento es admisible si está inspirado en la máxima neoliberal que reza: si usted lo quiere comprar, yo se lo puedo vender.
No hay que subestimar la enorme potencialidad que como fuente de ingresos encierra un topónimo transmutado en marca. Cuánta caja haya hecho Metro de Madrid, S.A. con la operación Vodafone, lo desconozco. Imagino, eso sí, muchos intermediarios y mucha maraña contractual, mientras el precio del transporte público no deja de aumentar. Imagino también alcaldes prebostones y obispos lectores del Expansión frotándose las manos mientras hacen inventario mental de las posibilidades económicas del patrimonio lingüístico que administran: El Camino Movistar de Santiago, bienvenidos al aeropuerto Tenerife-Bacardí, Monasterio de la Rábida Red Bull, Ambipur Doñana, espacio natural. Suma y sigue.

Los empresarios invierten a largo plazo en el lenguaje a la mayor gloria de esta o aquella marca corporativa. Igual que una mentira mil veces repetida se transforma en verdad, y si el patrocinio se prolonga suficientemente en el tiempo, la marca patrocinada acaba fagocitando al nombre con el que se asocia, como ya ha pasado con el Teatro Cáser, antes conocido como Teatro Häagen-Dazs y que en un tiempo pasado y menos pesetero se llamaba Teatro Calderón de Madrid.

A fuerza de ver la dichosa publicidad una y mil veces tengo ya a la Liga BBVA tatuada a fuego en mi mapa de la realidad. Algunos equipos de baloncesto ya han vendido su identidad deportiva al mecenazgo de las Cajas de Ahorros, y el interés por este deporte se confunde en mi cabeza con el interés compuesto de los productos financieros que nos ofrecen los nuevos propietarios desde los escaparates de cristal blindado de sus sucursales. Poco a poco, bancos y grandes empresas van abriéndose paso a golpe de talonario en ámbitos de la vida que hasta ahora carecían de dimensión comercial. En estos últimos tiempos -de ahí esta entrada en el Blog- parece que son los lugares los que están en venta o, mejor dicho, las palabras con las que designamos los lugares, las que se venden. Pero a diferencia de los equipos de baloncesto y las ligas deportivas, las palabras no tienen dueño. El lenguaje, que yo sepa, es patrimonio de todos.

Curiosamente, en el caso de la Operación Vodafone-Sol (por llamarla de alguna manera) nadie ha levantado un dedo para acusar, siquiera para afear la conducta, a quienes han comerciado con lo que no era suyo. Con ello confirmo mis sospechas de que lo más granado de la intelectualidad o bien se desplaza en taxi o vive en Nueva York. O puede que ambos. Y de todas formas, aunque no fuese así, probablemente no tengan tiempo para denunciar estas pequeñas miserias endémicas de los ciudadanos corrientes y molientes que, desde luego, yo interpreto como signos ominosos de lo que se avecina. Creo que tras la Operación Vodafone-Sol se han sentado las bases para que mercadotecnia y realidad empiecen por fin a confundirse en la percepción de los ciudadanos-consumidores. Llegará un día en que los niños que vendrán, igual que el que viajaba en el coche eléctrico unos párrafos más arriba, no serán capaces de discriminar entre el producto que hay detrás de una marca (Vodafone-Sol) y la cosa o el lugar que esa misma marca designa (Vodafone-Sol). Un futuro chungo en el que ya no habrá mentiras, sino marcas mil veces repetidas.




Sencilla, liviana y bonita como la memoria adolescente de un primer beso sin lengua ni maldad

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