22 de julio de 2013

Brotes Verdes



La contemplación de la naturaleza, además del puro y simple gozo estético, ha sido, desde tiempos inmemoriales, fuente de inspiración inagotable para la ciencia y el progreso. Pensemos en la imitación controlada de fenómenos elementales como el fuego, en la observación de las aves como precusoras de la ciencia aeronáutica o en el crecimiento natural de las plantas en el caso de la agricultura. La palanca de Arquímedes, la manzana de Newton y, ya en los confines del presente, la moderna biomímesis, que sistematiza y enfoca el estudio del mundo natural hacia el resultado tecnológico.

Parece que hace ya un tiempo que nuestros esforzados políticos de ambos signos -positivo y negativo, ustedes deciden a qué formación le aplican una u otra magnitud- empezaron a tomar buena nota, embarcándose en el estudio detenido de la correlación entre ciertos procesos biológicos, una autocrítica profunda y los resultados palpables de su gestión en el conjunto social de los administrados.

Sin embargo, no es este Blog el lugar para exponer con rigor científico y en detalle las complejidades argumentales ni los finos razonamientos empleados por los dirigentes de nuestro país para dar con esta solución. Me limitaré, no obstante, a ser portador de buenas noticias y a proclamar que, finalmente, y tras casi dos legislaturas, el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, acaba de validar la hipótesis formulada por el anterior presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, y que preconiza, ya sin ningún género de dudas, el final de la crisis: Por fin, la luz al final del túnel.

En una cabriola científica sin precedentes, el Partido Popular ha conseguido hibridar lo macroeconómico, lo sociológico y lo natural para demostrar irrefutablemente no sólo la certeza de los anunciados “brotes verdes” sino que también ha hallado la fórmula para mantener el crecimiento sostenido de estos últimos. Como suele ser el caso con todos los grandes avances en el campo de la ciencia, la solución que documento gráficamente más abajo, mirada retrospectivamente, parece engañosamente simple; uno diría que incluso pedestre. Sin embargo, a poco que reflexionen, mis estimados Improbables, coincidirán conmigo en que, además de sol y playas sobreexplotadas, desde un tiempo a esta parte España se ha revelado como un priviliegiado productor de la materia fecal indispensable sobre la que hoy arraigan y fructifican los brotes verdes que van a garantizar nuestra subsistencia en los años venideros. Que vayan tomando nota los alemanes y, por añadidura, el resto de los países de la Unión Europea de que el futuro del primer mundo no reside, como erróneamente se había venido pensando hasta ahora, en las energías alternativas sino en la propia descomposición del sistema que, convenientemente metabolizada, garantiza su propia supervivencia. Enlodados como nos hallamos entre tanta corrupción, fraude, desmanes, estafas y abusos de todo tipo que campan sin control en lo que Enrique Gil Calvo ha dado en denominar un Estado cleptocrático de cohecho no veo descabellado afirmar que vivimos en un país de mierda y que, acaso precisamente por ello, somos un país con futuro.



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