19 de agosto de 2011

Relatillo de verano

Aquella tarde de agosto follamos sin complejos como se follan dos desconocidos que se desean y al mismo tiempo se desprecian. Fue una breve coreografía arrítmica, en un crescendo de sudores, gruñidos y jadeos. Me corrí dentro y ella no dijo nada. Después sólo hubo silencio y siesta pesada, sin sueños. Cuando desperté, estaba solo en la habitación. Sentí frío e instintivamente crucé las manos sobre los restos de fluidos semi secos apelmazados en el pubis. Permanecí un rato tumbado, tiritando bajo el rebufo glacial del aire acondicionado. Al anochecer salimos a dar una vuelta. Hablamos poco; más de lo habitual en cualquier caso. Entramos en un bar. Con el segundo whisky a medio terminar en la mano me recordó que apenas nos quedaba dinero ese mes después de haberle comprado el cacharro a la Verónica. Le pedí al camarero que pusiera dos más, con poco hielo.

De madrugada, en la cama, mis dedos se aferraban con violencia a la carne estriada de sus nalgas, en un intento vano de acompasar sus movimientos encima de mí y de alguna forma demorar lo inevitable. Volví a eyacular en su interior tibio y viscoso. Me miró inexpresiva con los ojos hinchados, enrojecidos por el alcohol. En las tetas le brillaban aún restos de saliva, allí donde minutos antes había clavado los dientes con una violencia ahora extinguida. Permanecimos en silencio, ella inmóvil a horcajadas sobre mí. El runrun del aire acondicionado invadía el espacio inerte del dormitorio. Al cabo, dijo sin mirar a ningún lugar en especial:

- ¿Sabes? Creo que las putas de la Verónica deben de haber follado mucho, mucho debajo de este aparato.

Ella, por supuesto, había fingido su placer.


La canción de hoy, de Tricky, a tono con el relatillo:

1 comentario:

Lector improbable nº 1. dijo...

Precioso y corto relato bukowskiano. Felicitaciones de parte de su lector improbable nº1, que espera con ilusión todas sus entradas.