3 de febrero de 2011

Etiquetas

Como un tumor blanco y alargado las etiquetas evolucionan, conforme las prendas de vestir se replican a si mismas; idénticas, por millones, en una especie de simbiosis malévola dentro de un ecosistema industrial capitalista cada vez más complejo, maquiavélico, y, por qué no, casi perfecto. La perfección es amoral.

La Unión Europea también crece, y las etiquetas tumorales se hipertrofian y se pudren de leyendas prescindibles que hablan la misma inutilidad en siete lenguas oficiales además de urdú, turco, ruso o chino. No hay un francés con tres brazos ni, que yo sepa, existe el rumano bicéfalo ni la holandesa multimamaria. Igual que los cuerpos que las habitarán, las prendas de vestir están condenadas a la servidumbre forzosa del copyright de Dios, todos los derechos reservados.

Aunque existan seres humanos incombustibles (pensemos en Chuck Norris), el hombre no es una criatura ignífuga. Así de simple. A los objetos que nos rodean les sucede exactamente lo mismo. No hace falta comprender en profundidad el conjunto de procesos físico-químicos inherentes a la combustión para deducir que la brasa de un cigarrillo en contacto incidental con el algodón pakistaní de una camiseta adquirida en la ropería de Zara resultará en un agujero de contornos irregulares y renegridos que, por cierto, no podremos aprovechar para orear un palpo articulado que anduviera enroscadito debajo de la axila, por esas cosas del copyright divino. Sin embargo, los fabricantes de ropa o los fabricantes de reglamentos o los fabricantes institucionales del miedo o todos ellos a la vez, se confabulan para advertirnos, en un portentoso ejercicio de lingüística comparada a lo largo de dos eternos centímetros de etiqueta impresa en caracteres rojos de que la camiseta tercermundista, si arde, se quema: Keep away from fire, tenir éloigne du feu,  mantener lejos del fuego, tenere lontano dal fuoco, von feurer femhalten, verwijderd houden van vuur, manter afastado do fogo, trzymać z dala od ognia, tüztöl tavol tartandó, Сохранить вдали от пожара, a se feri de foc, nepribiližujte k otvorenému ohňu, håll borta frå eld, atesten uzak tutun, 远离火, يبقى بعيدا عن اطلاق النار,

Al contrario que el palpo imaginado, la etiqueta acabará enquistada, arrugada e inédita en algún rincón de la tela, al pie del monte de Venus o en los límites de la cordillera cervical, con sus jeroglíficos extraños de aspas, círculos y triángulos superpuestos, testimoniales de un mundo  pulcro plagado de planchas, lavadoras, barreños, detergentes y secadoras.

No soporto verlas desbordando las fronteras de la ropa, costuradas a las entretelas, apasquinadas al socaire de los tacones de los zapatos y, sobre todo, cuando se obstinan en privar de erotismos merecidos a sutiles sostenes, bragas breves y lycras de segunda piel.

Una noche amputé insensatamente una que campaba al otro lado del escote sudoroso de una mujer. Al calor de los focos y los decibelios atronadores aún alcancé a ver, con la etiqueta atrapada entre los dientes, cómo me miraba, entre divertida y atónita, mientras retrocedía para confundirse irremediablemente en la vorágine de cuerpos en movimiento.

- Chico, ¿me la devuelves?

La mujer sonreía al tiempo que me tendía la mano tentativamente mientras con la otra se ceñía a la cintura el abrigo desabotonado. Hacía frío y yo estaba apoyado contra la pared de la calle, unos metros más allá del portón de la discoteca. Su perfume se mezclaba incongruentemente con el aire seco de la madrugada y el sabor agrio de la mixtura de vómito, tabaco y saliva reseca que se me había instalado en la boca. Rebusqué un rato entre los bolsillos hasta que finalmente di con el pedazo de tela cercenada. Se lo dejé en la palma aún tendida, tibia al contacto de mis dedos. Tosí. Mierda de pulmones.

- ¿Cómo te llamas?

- Teresa. ¿Y tú?

- Lo siento. Las etiquetas me sacan de quicio. Diego.

Volví a toser. Ahora el que tendía la mano era yo, buscando en la suya una tregua para el desamparo culpable de otra noche de borrachera sin sentido. Buscando retenerla, aunque fuera sólo un momento.

- ¿Estás bien, chico?

- No. Y perdona que no te suelte. La verdad, preferiría no hacerlo.

Aquella madrugada me dormí aferrado a su cuerpo, la cabeza naufragada entre su pelo y los restos dulzones del perfume, al cabo de un polvo breve y desangelado. Tampoco solté las bragas de Teresa, unas bragas que nunca regresó a recoger, que nunca lavé, y que aún guardo en un cajón del armario, revueltas entre mis calcetines y la ropa interior.

Esta noche opto por desempolvar un tema de 1990 perpetrado por otro Ser Incombustible: Iggy Pop, también conocido (por motivos obvios) como la Iguana de Memphis


2 comentarios:

An dijo...

Y vas y ligas gracias a una etiqueta.

Watjilpa dijo...

¡Serena escúchame, Magdalena,
porque no fui yo... no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.