La contemplación de la naturaleza, además del puro y simple gozo
estético, ha sido, desde tiempos inmemoriales, fuente de inspiración
inagotable para la ciencia y el progreso. Pensemos en la imitación
controlada de fenómenos elementales como el fuego, en la observación
de las aves como precusoras de la ciencia aeronáutica o en el
crecimiento natural de las plantas en el caso de la agricultura. La
palanca de Arquímedes, la manzana de Newton y, ya en los confines
del presente, la moderna biomímesis, que sistematiza y enfoca el
estudio del mundo natural hacia el resultado tecnológico.
Parece que hace ya un tiempo que nuestros esforzados políticos de
ambos signos -positivo y negativo, ustedes deciden a qué formación
le aplican una u otra magnitud- empezaron a tomar buena nota,
embarcándose en el estudio detenido de la correlación entre ciertos
procesos biológicos, una autocrítica profunda y los resultados
palpables de su gestión en el conjunto social de los administrados.
Sin embargo,
no es este Blog
el lugar para exponer con rigor científico y en detalle las
complejidades argumentales
ni los finos razonamientos empleados
por los dirigentes de nuestro
país para dar con esta
solución. Me limitaré, no
obstante, a ser portador de buenas noticias y
a proclamar que, finalmente,
y
tras casi
dos legislaturas,
el ministro de Economía y
Competitividad, Luis de Guindos, acaba de validar
la hipótesis formulada por el
anterior presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, y
que preconiza, ya sin ningún
género de dudas, el final de la crisis: Por
fin, la luz al final del
túnel.
En
una cabriola científica sin precedentes, el
Partido Popular ha conseguido
hibridar lo macroeconómico,
lo sociológico y lo natural para
demostrar irrefutablemente no sólo la certeza de los anunciados
“brotes verdes” sino que
también ha hallado
la fórmula para mantener el
crecimiento sostenido de estos últimos.
Como suele ser el caso con
todos los grandes avances en el campo de la ciencia, la solución que
documento gráficamente más abajo,
mirada retrospectivamente, parece engañosamente simple; uno
diría que incluso pedestre.
Sin embargo, a poco que
reflexionen, mis estimados Improbables, coincidirán conmigo en que,
además de sol y playas sobreexplotadas, desde
un tiempo a esta parte España se ha revelado como un priviliegiado
productor de la materia fecal indispensable sobre la que hoy arraigan
y fructifican los brotes verdes que van a garantizar nuestra
subsistencia en los años venideros.
Que vayan tomando
nota los alemanes y, por añadidura, el resto de los
países de la Unión Europea
de que el futuro del primer
mundo no reside, como erróneamente se había venido pensando hasta
ahora, en las energías alternativas
sino en la propia
descomposición del sistema que, convenientemente metabolizada,
garantiza su propia
supervivencia. Enlodados como
nos hallamos entre tanta corrupción, fraude, desmanes, estafas y
abusos de todo tipo que campan sin control en lo que Enrique Gil
Calvo ha dado en denominar un Estado cleptocrático de
cohecho no veo descabellado
afirmar que vivimos en un país de mierda y que, acaso precisamente
por ello, somos un país con futuro.