Lucen sus cuerpos sinuosos al pie de un lienzo gigante serigrafiado
de reclamos publicitarios que a menudo desmerecen hasta el oprobio
unos cuerpos que la sabia naturaleza no ha manufacturado para
patrocinar embutidos, cajas de ahorros o productos lácteos.
Inmóviles, gesto petrificado y pupilas inasequibles al bombardeo de
los flashes, las lagartas enseñan muslo y escote mientras son
ametralladas, clac, clac, clac, por una multitud
indistinta de fotógrafos mercenarios y sus cámaras de variados
calibres. Criaturas hermosas por definición son, precisamente por
ello, capaces de mimetizarse armónicamente con los hombres que las
poseen o las franquicias a las que se deben. Qué bien que te queda
esa compresa en la mano, cariño, pero igual podía ser un
salchichón, un gañán adinerado, un cepillo de dientes o un negro
desnutrido. Las lagartas son a la vez sujetos de glamour y objetos de
poder capaces de concitar atenciones, envidias, deseos y hasta
disertaciones en blogs mediocres como este que ahora se toman la
molestia de hojear.
Reptiles vagamente acomplejados, pareciera que las lagartas se
afanasen en demostrar a quien les pregunte que el mundo las venera
por razones equivocadas; que bajo el terso canalillo late un corazón
de oro y que detrás de la mirada cautivadora, detrás de las caritas
lavadas, hay tesón y talento a raudales. Que ese coño suyo no es un
coño cualquiera; al contrario, es un coño solidario, un coño
bondadoso, un coño con estudios, oiga. Escarben, Improbables
Lectores, entre las líneas de cualquier entrevista o tertulia al uso
y no hallarán otra cosa que esta reivindicación básica que, por
otra parte, no evidencia más que esta o aquella lagarta han hecho
los deberes según los dictados del manual imaginario que llevaría
por título La Redención del Reptil o Como Sacar Petróleo de la
Herencia Biológica de Dios.
Noventa-sesenta-noventa
es la tríada
de números mágicos que
delimita
el umbral de discriminación estética que
permitirá a las lagartas buenorras,
aunque sin
oficio ni beneficio, abrirse
trocha
en el mundo de los Hombres
de Éxito
con el
consabido Par
de Buenas
Razones.
Razones que constituyen
un argumentario extremadamente
simple pero eficaz y
que, en
último término, les
garantizará la
supervivencia,
ligeritas de
ropa, en la cubierta de una embarcación de recreo, un
reportaje a todo color embutidas
en faralaes durante la Semana
Santa sevillana, el Todo
Incluido entendido como estilo de vida por defecto y
méritos curriculares sospechosos del tipo “modelo” o
“empresaria”, pero suficientes para cubrir
expediente en
las revistas de mucho mirar y poco leer.
Lagartas indolentes y
afortunadas para
las que siempre existirá un
coleccionista de reptiles con
posibles; por lo general un
torero, un futbolista, un empresario,
un político, un actor
u otros oficios más o menos
mediáticos en los que la
fotogenia extrema es
condición necesaria para las
capitulaciones matrimoniales.
En las etapas más tempranas de su existencia debutan al calor de los
focos de un Mundo Macho que consciente o inconscientemente se pasa
por el arco del triunfo la igualdad de géneros porque, a fin de
cuentas, la señorita se deja invitar y con toda naturalidad acepta
fiestas, copas y drogas gratis y, llegado el caso, otros detalles
golfos de mayor calado aunque si es lista (que no inteligente) una
lagarta que se precie siempre se cuidará de reservar el derecho de
admisión a la zona VIP allende sus bragas.
Seres efímeros como su belleza, las lagartas han de asegurarse
cuanto antes el paso por la vicaría del Señor y la progenie que les
procurará el sustento y la dignidad futuras, cuando la cirugía no
pueda ya garantizar su hegemonía sexual en el terrario, forzándolas
a abandonarlo discretamente pero con pensión alimenticia garantizada
como señora de, serena divorciada o viuda del que fue, según los casos,
y unas memorias que, bien por publicables o por impublicables, acaso
valgan un dinerillo.
Claro que las hay que no se resignan a la decadencia y no aceptan la
metamorfosis humillante e inevitable que determina el tránsito del
reptil al mamífero. O de lagarta a vaca vieja, si se quiere. El
final en estos últimos casos es previsible y por todos conocido, a
pesar de lo cual les haré una breve síntesis: En un arrebato de
furia tabloide la vaca vieja, con mayor o menor fortuna, se pone a su
cirujano por montera, se traviste de lagarta recalcitrante y se
arroja a una francachela de romance, sexo, caspa y botox. Las
posibilidades comerciales de relanzar al estrellato mediático a la
vaca vieja son cuidadosamente evaluadas en consejos editoriales y
departamentos creativos. Una portada en el Interviú, tertuliana en
un programa de chismorreo catódico, un cameo en alguna producción
cinematográfica populachera, quizás la telerrealidad friki o, si
todo lo demás falla, una corresponsalía o un tarot a deshoras en
alguna teletienda. Y también -por qué no- la vana gloria de saberse
ícono de jóvenes maricas de la vieja escuela.