7 de julio de 2012

Sara Carbonero


En realidad esta entrada debería haberse titulado algo así como “Feria del Libro” o “Feriantes”, puesto que hacía ya varias semanas que me había había hecho el propósito de escribir algo sobre ese parque temático que cada año es más parque y menos temático, en el que los libros importan ya poco y lo verdaderamente reseñable es el muñeco viviente de Gerónimo Stilton, la exposición fotográfica ecosaludable, el mega-camión blanco de Caja Madrid coronado con una enigmática antena parabólica, los restaurantes de quita y pon y los Calippo a dos Euros con cincuenta. Y la gente: Una multitud heteróclita que desfila o participa con sus hijos en las distintas actividades accesorias organizadas por los Feriantes a lo largo y ancho del Paseo de Carruajes del Retiro que, como podrán suponer, poco o nada tienen que ver con la lectura entendida como goce o entretenimiento de ámbito interno e inmaterial, sin otra proyección física exterior que la de el libro-contenedor que, como tal, no ofrece más divertimento que el que pueda proporcionarnos un ladrillo o una tableta de turrón. Disculpen este insulto a su inteligencia, pero un libro no es un balón; no es una canción ni tampoco una flor o un tinto de verano. Y sin embargo los libros venden, así que hay que celebrarlo como sea y, si hace falta, fichar a Gerónimo Stilton o incluso a Camilla Läckberg para que niños y mayores hagan colas y lo pasen bien y, de paso, degusten un bocadillo de panceta o una paella de guerrilla.

Pero, como les decía al principio, ese no va a ser el motivo de esta entrada; principalmente porque cuando por fin me decido a mover el culo y perpetrarles algo a propósito de la Feria del Libro, la Feria del Libro no es más que historia obsoleta. La realidad comentable, lo que está pasando aquí y ahora precisa de agilidad, inspiración, voluntad y recursos narrativos de los que carezco; ya quisiera yo publicarles una entrada un día sí y otro también, pero la falta de talento se alía con mis obligaciones laborales y otras miserias cotidianas y al final no me queda otra que recurrir a Sara Carbonero, trending topic perdurable y facilón donde los haya. Empezando por los datos objetivos, les diré que la protagonista interina de esta entrada no ha cumplido aún los treinta años. Me doy cuenta con relativa tristeza de que su tiempo biológico equidista del mío en los roles de hija y amante y me siento viejo pero no verde. Continuo con los hechos puros y duros: Para ser de un pueblo de Toledo Sara es, cuanto menos, exótica, con esos ojos de color verde ultraterreno y el pantone sublime de su piel inocente de granos, merecedora por sí sola de un Club de Amigos en Facebook. Busco en Internet Sara Carbonero en bikini y confirmo su corporeidad privilegiada, refrendada por las murmuraciones de muchos opinadores que sostienen su excesiva delgadez, tal vez para justificar la propia genética de saldo o un endomorfismo retro desde hace ya cientos de años. También dicen en Internet que Sara no ha terminado la carrera de periodismo. Probablemente sea cierto, pero si  mi modesta opinión al respecto sirve de algo, les diré que una licenciatura no es más prueba de la valía intelectual o profesional de una persona que el valor certificado en la cartilla militar de millones de varones del tardofranquismo (entre los que me cuento). Siempre me han hecho gracia las jeremiadas de los jóvenes mamertos que confían en sus licenciaturas y sus posgrados como antídoto infalible contra el paro, sus reproches al sistema fundamentados en este axioma demagógico que es en realidad una cómoda falacia arrojadiza desde cualquier militancia política atrincherada en la oposición. Pero me doy cuenta de que eso es material para otra entrada impublicable, así que continuaré con Sara, aunque ahora me enfangaré en cuestiones más subjetivas; son ustedes libres de discrepar si así lo desean. Sara es bonita; Sara Carbonero está bien buena: Micrófono en mano y unos vaqueros ceñidos se basta y se sobra para emputecer sin remedio el postpartido de cualquier vestuario de la Liga BBVA. Ni sus preguntas ni las respuestas de los jugadores importan; son todas prefabricadas, entrevistas sin chicha ni limonada, exentas de gracia, para todos los públicos. Entrevistas que Sara ejecuta sin tomar los riesgos mediáticos que cabría esperar de una redactora (algunos dicen que Subirectora) de deportes a sueldo de Telecinco. Sara no enseña los dientes, no manda callar con la fuerza de los hechos profesionales consumados y, por ello, es incapaz de ganarse el respeto de todos los que cada domingo nos reafirmamos en la creencia de que no es más que un pobre florero mediático víctima de unas circunstancias que ya quisieran para sí las endomorfas y los endomorfos de medio mundo. Pobre niña rica.

Sara confunde recochineo con persecución ideológica y se defiende, desde la tribuna que con gentileza incomprensible le proporciona el diario deportivo Marca, con paralelismos que evidencian un escaso cuajo intelectual y, si me apuran, hasta un cierto infantilismo demagógico. A sus propias palabras me remito: “(...) Y no sólo en España, en muchísimos países de Europa y América. Aunque no existía Twitter [¡gracias, Sara!] la práctica de acusar desde el anonimato e intentar que quemasen a alguien estaba muy extendida.¡Menos mal que esa época ya ha pasado!”. Los corchetes son míos.

Sepultado bajo el césped del estadio Santiago Bernabeu yace un legado suculento que Sara podrá entregar al diablo a cambio del copyright de su vida futura -que no los derechos sobre su alma. Si consiente, el diablo nos contará una historia ilustrada en couché policromado pletórica de amores, embarazos, escándalos, rupturas y reconciliaciones, amantes, bodas íntimas,  moda, complementos y secretos de belleza. Una historia en la que no faltarán demandas por el derecho al honor la intimidad y a la propia imagen o tal vez algún problema con Hacienda o con las drogas. Un guión trillado y predecible, apto para todos los públicos, que Sara podrá escenificar como una delicada marioneta de ojos verdes hasta que la celulitis y otros estragos de la edad  hagan presa en su cuerpo. Con ese legado y la pensión alimenticia de algún que otro divorcio Sara costeará su hipoteca y las hipotecas de sus hijos y las de sus nietos. Pero todo eso está, de momento, sepultado bajo el césped del estadio Santiago Bernabeu. Hoy por hoy, a ras de césped, no hay más que un horizonte profesional por conquistar, lo cual es tarea complicada para una mujer paradójicamente lastrada por su cuerpo y por toda esa inexperiencia, o quizás falta de talento natural, que durante los encuentros la relega a recitar estadísticas y porcentajes sin sustancia, cuando no directamente imbéciles, que le proporcionan los laboratorios de Telecinco. A diferencia de sus entrevistados, que se han ganado a pulso o, mejor dicho, a puntapiés, el privilegio de opinar, manifestar y declarar lo primero que se les ocurre sobre cualquier cosa después de un partido, la Carbonero no da la talla; esto es, metafóricamente hablando, puesto que desde una perspectiva estrictamente carnal sus credenciales 90-60-91 son incuestionables si damos por buenas las prótesis Natrelle de Allergán de 225 cc. con las que no ha mucho complementa su armazón corporal y que, a poco que reflexionemos, nos inclinan a creer que más tarde o más temprano Sara aceptará el legado envenenado del diablo. ¿Qué se apuestan?

Vaya esta canción para todas las valientes que por principios, y muy a su pesar, decidieron no tatuarse ni calzarse un par de lujuriosas tetas...


2 comentarios:

AIissia dijo...

Despues de advertir ciertos paralelismos entre esta Sarita y su tocaya la Montiel, sólo me queda una duda. Oh oráculo: ¿qué coño pasa con los tattos?...
Besukis

Watjilpa dijo...

Estimada Alissia, si aún le quedan arrestos para seguir leyendo otras entradas de este Blog, yo le recomendaría la lectura de la entrada titulada "Tatus" (diciembre de 2010)en la que el titular expone una opinión al respecto.
A sus pies.
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