1 de octubre de 2011

Torrents

Por la ese deducirán que no voy a escribir nada sobre el municipio de Valencia que, si de justicia poética se tratase, debiera ostentar el liderazgo de descargas ilegales o constituirse en la sede natural de cualquier simposio alternativo de piratería informática. La soledad sin televisión de algunos fines de semana alienta en mí ciertos hábitos poco saludables entre los que se cuentan la lectura mecánica, la ingesta sistemática de latas de cerveza, la navegación indiscriminada por Internet, la masturbación ex fastidium y, últimamente, la contemplación arrobada de ciertas teleseries de la cadena norteamericana HBO. Salvo en el caso de las latas de cerveza (y tras la adquisición de un costoso libro electrónico) mi misantropismo sedentario se afianza cada vez más en una gratuidad que se me antoja mano de santo en medio de esta emocionante crisis mundial de la que todos tomamos buena nota por obra y gracia de los medios de comunicación.

Me gusta que las cosas que de verdad importan sean gratis, aunque sólo sea un espejismo; quicir que no me opongo a financiarlas solapadamente a base de impuestos; ya saben: ojos que no ven, corazón que no siente. Así resulta que la calle es mía (y de todos); y lo mismo el aire, los parques, los ambulatorios de la Seguridad Social, las bibliotecas, las playas con bandera azul, los informativos de la radio, las escuelas públicas, los museos y un largo etcétera que a la postre estructura un gran teatro del mundo en el que escenificar una vida digna sin importar quién uno sea, cuánto valga ni de dónde venga. Dentro de ese largo etcétera de cosas realmente importantes incluyo el arte y la cultura en todas sus vertientes, aunque por coherencia con la entrada de hoy únicamente me referiré a la música, las imágenes y los textos escritos.

La evolución imparable de la tecnología durante los últimos años ha descentralizado el poder de distribuir canciones, películas y libros. De la noche a la mañana, editoriales, discográficas, artistas y literatos de renombre han visto amenazado un modelo de prosperidad financiera apalancado en masas de consumidoras tradicionalmente condenados a pagar por ver, oír o leer determinados productos presuntamente artísticos o presuntamente culturales; o al menos eso podría deducirse de las sofisticadas campañas de mercadotecnia orquestadas para promocionarlos con el apoyo incondicional -por asalariado- de según que críticos, columnistas, opinadores u otros respetables mercenarios de la letra impresa, capaces de avalar por igual un espantajo mal parido que una obra honestamente encomiable.

En toda reacción química, la masa los reactivos es igual a la masa de los productos; esto es, se conserva la masa del sistema. Con permiso de Lavoiser y las licencias poéticas que procedan, me atrevo a reformularlo a la medida de la entrada de hoy: En toda reacción financiera, la masa monetaria es igual a la masa de los productos; esto es, se conserva la masa del sistema o dicho de otra forma, el dinero no se destruye: simplemente cambia de manos. Lo que ustedes dejan de gastarse en música, en entradas de cine o en libros se lo llevan muerto los fabricantes de ordenadores, mega televisores, reproductores mp3, e-books y demás parafernalia tecnológica fructíferamente asociada a los anteriores. La llantina de los editores y las pataletas de las productoras tradicionales se transmutan en brindis en los burdeles hi-tech de Palo Alto, donde jóvenes emprendedores y visionarios copulan con los amos del dinero y engendran criaturas punto com cuya supervivencia comercial depende de una parasitosis de dimensiones planetarias. Les diré, por si no se hubieran dado cuenta, que ustedes y yo formamos parte de la plaga de piojos amorrada al pellejo de las mastodónticas criaturas: Windows, E-Bay, Meetic, Facebook, Twitter, Amazon, Google, Blogger, Flickr, Youtube, Spotify y otros estandartes del bestiario virtual de Internet.

Piojos, sí, más con capacidad de raciocinio y, por tanto, piojos enamorados (qué tontería). Ejem, habida cuenta de que el parasitismo es el proceso por el que una especie amplía su capacidad de supervivencia, bien podríamos decir que la expansión parasitaria de nuestras necesidades culturales creadas pasa por explotar de manera inteligente y provechosa (léase despiadada) el medio cultural virtual.

En los títulos de crédito de su última película, Pedro Almodóvar (prestigioso empresario y también -que todo hay que decirlo- director de cine en sus ratos libres) proclama el apoyo financiero del Instituto de Crédito Oficial, de Televisión Española y Canal + España, del Instituto de Cinematografía y de las Artes Visuales, y también el aval económico de entes autonómicos como la Xunta de Galicia y la comunidad de Castilla la Mancha. Semejante arropo institucional no halla reflejo correlativo en el precio de las entradas a las salas cinematográficas ni, desde luego, en la calidad de la película, todo lo cual yo interpreto como una arenga solapada al espectador solidario de a pie para que se rasque el bolsillo por el bien del cine español, al parecer bajo mínimos económicos, a mayor gloria de la tesis económica negacionista del aforismo que reza:

“Todo necio/confunde valor y precio” 

O, dicho de otra forma, todo fracaso cultural es inversamente proporcional a la cantidad de recursos económicos invertidos. Por tanto, cualquier película, cualquier libro, cualquier canción mediocre explica su fracaso en la asignación insuficiente de medios.

Y, pensándolo bien, quizá los negacionistas tengan razón, si tenemos en cuenta que a coste cero el 99 por ciento del botín intelectual pirateado por medios ilícitos en Internet es, pura y simplemente, una mierda; no vale nada. Si hacen ustedes el favor de conectarse a http://thepiratebay.org/ que viene a ser como la Meca sueca de los piojos aventajados y le echan un vistazo al ranking de películas descargadas, se encontrarán con esto:

1º Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna
2º Quiero Matar a mi Jefe
3º Green Lantern (Linterna Verde)
4º Con Derecho a Roce
5º Fast and Furious 5
6º Thor

En lo que se refiere a libros electrónicos, y con la honrosa excepción de la pole position, los libros de autoayuda se llevan la palma. Les supongo avezados en la lengua de Shakespeare:

1º Porn Star Secrets of Sex: Over 100 mind-blowing tips...
2º Never Be Lied to Again: How to Get the Truth In 5 Minutes Or Less
3º How to Instantly Connect with Anyone: 96 All-New Little Tricks
4º How to Win Every Argument : The Use and Abuse of Logic...
5º Men's Fitness - 12 Minute Workout
6º The Complete Book of Questions :1001 Conversation Starters...

Claro que si bien yo opino que lo descargado tiene valor cultural igual a cero pelotero, comprendo que no todo el mundo comulgue  con mis cálculos radicales. Al decir de un informe elaborado por la siniestra Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos (a.k.a. Lobby Feroz) la piratería de música, videojuegos, películas y libros a través de Internet costó en 2010 a la industria cultural española la friolera de 11.000 millones de Euros. Asumiendo esta mareante revelación financiera, y recordado al decapitado Lavoisier, me pregunto qué demonios habrán hecho los corsarios virtuales con tamaño botín. Desde luego me alegro de que no haya acabado engrosando las arcas de los negacionistas, que con toda seguridad se habrían fundido la pasta en utilidades marginales siempre decrecientes: en más Almodóvares o Torrentes, en el Método Dukan Ilustrado, en una secuela de los Transformers, la resurrección del finado Harry Potter u otras deslumbrantes maniobras comerciales de escasa -por no decir nula- rentabilidad cultural.

Francamente, que los empresarios y las instituciones se rasguen las vestiduras lamentándose amargamente por el gran perjuicio que estos supuestos expolios de la propiedad intelectual infligen a la sociedad me da risa. Tal vez llegue un día en que el hecho cultural sea cierto y no una filfa comercial; cuando la creación original sea una fuente de subsistencia digna para el artista y no un pretexto para que intermediarios y fantoches desfilen por mullidas alfombras rojas para recoger, entre ovaciones, flashes y risas enlatadas, galardones espurios a mayor gloria de un mundo ávido de dinero que, hoy por hoy, quebranta sistemáticamente los principios que inspiran la licencia Creative Commons cuyo logotipo pueden ustedes ver seriegrafiada -es un decir- en el margen derecho del Blog. Hasta entonces, este parásito anónimo seguirá chupando del gran saco de mierda sin remordimientos.

P.s. Tengan por seguro que si descubro el paradero de esos 11.000 millones de Euros se lo haré saber publicando una edición especial del Watiblog que, por supuesto, incluirá los correspondientes enlaces de descarga. Vayan ustedes con Dios.

A propósito de la propiedad intelectual y los fantoches, iba a regalarles una de Ramoncín, pero como en el fondo se les quiere, ahí va esta:

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