29 de abril de 2014

Los Criados

Trabajo en una empresa grande; una de esas corporaciones plagadas de profesionales titulados con un master en esto o en aquello, que miran compulsivamente sus Blackberries en los ascensores o practican el conference call mientras consultan de reojo el goteo incesante de correos electrónicos que arriban a sus ordenadores personales. Una corporación mastodóntica, enferma de acrónimos indescifrables que cobra caro a sus clientes y paga razonablemente bien a sus criados, siempre y cuando éstos se sometan sin rechistar a las leyes escritas y, sobre todo, a las leyes no escritas que ordenan la vida profesional en el interior de la corporación. El conocimiento de las leyes no escritas garantiza la supervivencia laboral en un territorio hostil para los sindicatos y los principios democráticos; un territorio en el que prevalece el hermetismo salarial y la hipocresía, entendida como variante sofisticada de la mentira:  Porque todos mienten a sabiendas en la corporación. Perdón. Todos mentimos a sabiendas porque en ello nos va el sueldo y porque buscarse la vida por ahí fuera debe de ser muy, muy jodido. Así que mentimos, qué se le va a hacer, y realizamos los cursillos de formación interna, cumplimentamos encuestas absurdas, damos feedback, cargamos las horas necesarias en nuestros códigos y proyectos para cumplir los objetivos del semestre y recibimos y borramos sin leer los correos electrónicos con pĺúmbeas noticias corporativas que nos hablan, precisamente, de ese gran espejismo multinacional edificado sobre un conglomerado de mentiras tempestivas, cinismos calculados y silencios oportunos.

La gran empresa se acicala y cuida con esmero su imagen y su marca de cara a la prensa económica y otras revistas especializadas;  se posiciona en los ranking de las escuelas de negocios de postín entre los lugares que escogerían para trabajar los licenciados de buena familia con contactos, que son quienes habitualmente superan los procesos de selección en el departamento de recursos humanos. La gran empresa se maquilla de cara a la galería y adopta protocolos medioambientales, medidas de buen gobierno, patrocina causas nobles, declara la guerra a la corrupción y a la discriminación en el trabajo. Todo muy loable, todo muy inofensivo y, desde luego, muy políticamente correcto.

En las alcobas de la corporación la historia es diferente. Los criados -somos muchos, somos la mayoría- sabemos de sobra que en todas partes se cuecen las mismas habas y que donde hay confianza da asco. Sabemos muchas cosas, pero no todas. Nuestra visión jerárquica es limitada y la cadena de mando se difumina primero entre departamentos, divisiones y líneas de servicio para perderse después fuera de nuestras fronteras, en algún lugar de Europa o de los Estados Unidos. Los resultados económicos de la corporación se miden, año tras año, en cifras que indican crecimiento sostenido en todas las áreas, y así se proclama en los medios de prensa. Pero los criados no celebramos porque sabemos que nuestros sueldos permanecerán congelados o se incrementarán estrictamente en lo que marque el Índice de Precios al Consumo. Aunque somos la fuerza de trabajo que vertebra la multinacional no somos productivos. Somos un gasto, un mal necesario: Secretarias, mensajería, administración, marketing, reprografía, mantenimiento, contabilidad, catering, y otros departamentos internos. Sobre nuestros lomos cabalgan los hidalgos, los hijos de alguien, para librar las guerras del dinero, las batallas por los resultados que en último término engrosarán las cifras de sus cuentas bancarias o los abocarán al ostracismo profesional que tarde o temprano acabará en un acuerdo económico más o menos honorable y el destierro de la corporación.

El caso de la servidumbre es diferente. El triunfo o el fracaso económico individual no es vara que mida la valía del criado que, a fin de cuentas, no compite por la  preciada cartera de clientes. Por otra parte, los años de experiencia me han revelado que el buen hacer, la responsabilidad, el compromiso, la eficacia o la diligencia son, en la multinacional, cuestiones tan irrelevantes como la desidia, la chapuza, la incompetencia o la falta de interés. 

Por mucho que en el departamento de recursos humanos se empeñen en proclamar lo contrario, meritocracia, promoción interna y carrera profesional son valores como poco relativos, por no decir directamente falsos. Para nosotros los criados sólo existe antigüedad e Índice de Precios al Consumo. Somos gasto, carga, coste, pasivo, debe; somos la antítesis del beneficio. Nuestros salarios lastran los resultados globales, restan enteros valiosos a esos porcentajes que determinan el triunfo de una empresa frente a sus competidores directos.

Los criados somos un desafío para el gestor eficaz del negocio. En las grandes corporaciones el gestor eficaz del negocio opera en un mundo simplificado de magnitudes analíticas y verdades matemáticas. Un mundo en el que no existe Isabel García ni su circunstancia; digamos, por ejemplo, un par de hijos, una hipoteca por cancelar y un marido en el paro. Para el gestor eficaz, Isabel García, Alejandro Recio, José Fuentes y otros criados del montón no son más que números anónimos enmarcados en las celdas de una hoja de cálculo. Números negros o números rojos, esa es la cuestión. Los números rojos no son rentables. Los números rojos desmerecen el desempeño del gestor eficaz; cuestionan el que haya de ser su bonus al final del ejercicio y, llegado el caso, su continuidad en la empresa. El gestor eficaz recalcula alternativas para cuadrar el desfase en la hoja de cálculo empleando para ello fórmulas complejas. En último término las matemáticas deciden el destino de los criados. Un criado puede ser eficaz, fiel, comprometido, vago o incluso un verdadero hijo de puta. Nada de eso es relevante. La hoja Excel ni siquiera puede confundir valor y precio, porque la valía no es una magnitud que tenga cabida en el código fuente del programa. Sólo el número puro y duro va a determinar el futuro de los criados. Un buen sueldo -quizás, aunque no siempre, un salario justo- es un arma de doble filo.  El buen sueldo del criado en una multinacional suele ser el fruto de muchos años de deglutir marrones a deshoras, de acomodarse a las prisas insensatas de los amos del dinero, de bajarse los pantalones con una sonrisa y de hacer gala de unas encomiables tragaderas. A pesar de todo lo anterior, nuestros sueldos crecerán al ritmo que marca el Índice de Precios al Consumo; acaso unas décimas más. Dentro del vientre de la corporación, los criados podemos hacernos viejos y relativamente pudientes, pero sólo hasta el límite que marca el número rojo, más allá del cual no cabe esperar más que muerte profesional y sustitución por alguien probablemente más joven y, seguramente, más barato.

Desde el despacho del gestor eficaz en Minneapolis, Nueva Delhi o Dusseldorf hasta las oficinas de la filial del grupo en Castellón hay un intrincado descenso en la cadena de mando a lo largo del cual se diluyen las razones empresariales -por no hablar de la responsabilidad moral- que pudieran justificar el cese de Isabel García (aunque podía haber sido José Fuentes o Alejandro Recio). Al final de la cadena, un criado senior del Departamento de Personal con cara de circunstancias le notificará el despido improcedente: Aquí lo que te corresponde por ley, Isabel, impecablemente calculado. Firma aquí, por favor. Te deseamos buena suerte.

En algún lugar de Minneapolis, Nueva Delhi o Dusseldorf, un ordenador portátil contiene dentro de sus múltiples directorios una subcarpeta que guarda en su interior diversas hojas de cálculo, en una de las cuales el debe y el haber están ahora compensados, una vez corregida la desviación en la celda conflictiva. Los servidores de la multinacional replican indiferentes la copia diaria de seguridad mientras que en algún lugar de la franja horaria el gestor eficaz continua su jornada, cena con su familia o descansa tranquilo.

Estimados Improbables, me pillan en pleno puente, con los ánimos flojetes y sin ganas de pensar demasiado, así que aquí les enlazo el primer tema que se me viene a la cabeza, a tono con las vacaciones: