13 de septiembre de 2011

Un Post-It en la nevera

Recién llegué del supermercado, de hacer la compra pa rellenar mi nevera abandonada. Para tu Satisfacción íntima te diré que ahora descansan (¡o tal vez no, tal vez sea cerrar el portón y empezar la Fiesta de las Frutas!) en la oscuridad un montón de ciruelas del color de este post-it, picotas de postrera generación (dulces coágulos de julio) y melocotones deportados de Aragón. Aún siguen cumpliendo condena el trozo de sandía y las naranjas, estas últimas encerradas en módulo aparte como terroristas cítricos.
Por lo demás, algunos lácteos, dos cuajadas (soy un tipo raro, lo reconozco; incluso sospechoso), seis latas de cerveza de baja graduación y pan rebanao, de ese que dura una eternidad, que te podrías comer tranquilamente después de una deflagración nuclear en un mundo devastado: cadáveres putrefactos, amasijos de hierro retorcido, escombros y, de repente una bolsa cochambrosa llena de rebanadas de pan... ¡tierno!
Se me había olvidado el contorno de ojos (Contour des Yeux, para ti que sabes francés) de andar por casa, de droguería de barrio, porque yo a mis arrugas les doy la importancia justa y necesaria, de esa importancia que en verdad es justa y necesaria para darse un beso y la paz de Dios por las mañanas, después de la ducha, delante del espejo.
El resto del día no merece relato que lo reseñe, así que como el resto de todos los días iguales -aunque no hay dos días iguales- lo relego al olvido en el saco donde guardo los pensamientos desechables que, o bien me sirven para compost cerebral o como moneda de cambio para guardar novedades de interés en una cabeza que no da ya mucho más de sí.

A tus pies,
Wat
  
Mano de santo para que los demonios convalecientes recobren  el resuello perdido después de la Santísima Pájara del Verano. Que la disfruten, por decir algo: