13 de mayo de 2011

Frikis

Hoy día los frikis son legión, lo cual en cierta forma se da de cabezazos contra el significado original del término entendido como anomalía, rareza o renglón torcido de Dios. Cuatro décadas atrás, el coleccionista de pelos de coño, el tonto de los palotes, el turista de camposantos o el asesino de cucarachas en serie malvivía ignorado por el resto del mundo, alimentando subrepticiamente sus manías impresentables en la oscuridad de su gusanera mientras el resto de la peña andaba engolfada en lo suyo; es decir, en el deporte bien entendido, el sexo decúbito supino, las drogas populares y el Rockanroll de tachuelas y melena. Los frikis entre tanto cultivaban amorosamente sus desviaciones singulares con el pundonor sectario de quien se sabe rara avis en un ecosistema hostil plagado de inquisidores, murmuradores, husmiajos y cotillas en estado de alerta permanente, sabedores de que vive y deja vivir nunca ha sido un aforismo especialmente popular entre los borregos y borregas del rebaño. Cierto es que de todo tenía que haber en la Viña del Señor pero, entendámonos: de todo tipo de uvas. Las guindillas no contaban.

Los frikis de la era analógica disponían de un pequeño foro sepultado entre las páginas de la revista cultural Hola! en el que reivindicaban sus causas estrambóticas (las políticamente correctas) debajo de los epígrafes Para Gritar, Para Reír o Para Llorar, aunque tal vez lo que más invitara al grito, la risa o el llanto fuese la pésima calidad de las fotografías que pretendían dar testimonio gráfico de lo increíble pero cierto: el blanco y negro desvaído y granuloso de contornos imprecisos que llevaba a miles de amas de casa a albergar dudas razonables sobre si los sixtillizos de Bloomington, Kentucky no eran en realidad mas que la fotografía traspapelada de los chopitos encebollados en el recetario de la sección contigua de la revista.

Los frikis de antaño acaso soñasen con que un buen día llamara a su puerta el Sr. Guinness para homologar sus excentricidades en el inventario universal de chaladuras coleccionables, acopios titánicos de insignificancias o mierdecitas sin más sentido que su propia multiplicidad desmesurada. El Sr. Guinness les daría, por fin, la razón, y con ella un cheque de cinco mil Dólares o al revés que en el fondo lo mismo da, puesto que desde tiempos inmemoriales es bien sabido que razón y dinero resultan ser elementos absolutamente fungibles en este nuestro mundo de viñedos y guindillas.

Con el advenimiento de la Era de Internet las cosas han cambiado. Y mucho. Todos sin excepción nos hemos vuelto un poco más mentales, porque sólo mentalmente es posible empezar a colonizar el espacio sin límites que la Red despliega ante nuestros ojos incrédulos. Blogueros, pederastas, poetas, mercachifles, prostitutas, editores, fumetas, oráculos, terroristas, curas, ideólogos, cocineros, políticos, espiritistas, desempleados, traficantes, anoréxicas y las madres y las abuelas de todos ellos se apresuran a ocupar un nicho visible en el vasto microcosmos virtual salpicado de ceros y unos como polvo de estrellas infinito, ingrediente básico con el que cocinar el recetario de los sueños o las pesadillas de cada cual.

También los frikis del nuevo milenio han encontrado en el pastizal de la Red territorio fértil en el que procrear y alimentar sus exotismos marginales o, dicho de otra forma más prosaica, un Gran Coño Planetario capaz de insuflar vida y sentido al desecho de cualquier paja mental, por improbable que pueda éste parecer. No tienen ustedes más que conjurar al algoritmo de Google y teclear al azar, por ejemplo, “coleccionismo de ojetes”, “mi menopausia”, “manual del ninja”, “palíndromos largos”, “enamorada de mi hermano”, “chistes de Chuck Norris” o “como depilarse los testículos”. O lo que se les ocurra, que colores hay para todos los gustos. En un mundo alternativo todavía por estrenar los neofrikis ya no tienen reparo en proclamar a los cuatro vientos sus pasiones antaño inconfesables a sabiendas de que en todos los casos serán fervientemente coreadas o amargamente denostadas, da igual,  por una masa de seguidores hastiados sin nada mejor que hacer que rellenar tiempos muertos navegando a la buena de Dios, allá donde el ratón les lleve, entre los que por supuesto me incluyo. El resultado paradójico es la normalización mercantil del fenómeno: probablemente los ojetes coticen en E-bay, Chuck Norris revise al alza su caché por la nueva temporada de Walker, Texas Ranger y las esteticienes hagan su agosto sádico a costa de los huevos peludos de más de un metrosexual militante. Quién sabe, hasta puede que los políticos de turno, que no dan un voto por perdido, propongan algún tipo de rebaja fiscal para el colectivo menopáusico en sus programas electorales. El caso es que, una vez convenientemente digerido y regurgitado por el mercado, el frikismo bien entendido pierde sustancia, se vulgariza irremediablemente, y todo lo que nos queda es un contingente de plastas exhibicionistas que orean sus miserias de serie B a la espera de un qué me dices que los redima de su patética mediocridad generalmente plagada de faltas de ortografía.

Las guindillas se extinguieron hace tiempo y, por desgracia, ya sólo hay uvas disfrazadas en la Viña del Señor. Espero sepan disculpar a este Usuario Razonablemente Infeliz, improbables lectores, si no brinda por ello.

Hoy les dejo en compañía de Jeff Lynne y su Electric Light Orchestra que, a principios de los Ochenta,  testimoniaron en su obra Time el aquí y el ahora con cinco aciertos más el complementario.