20 de marzo de 2011

Demagogia

A veces me sucede que en las páginas de un libro hallo pasajes por los que a menudo he transitado durante mis devaneos mentales, pasajes que el autor se ha encargado de desbrozar y adecentar convenientemente de forma que hace redundante cualquier esfuerzo por mi parte de planificación pseudo-literaria para perpetrar una nueva entrada en este Blog. Les convido, por tanto, Improbables Lectores a que lean y tomen buena nota de la tramoya que sostiene los decorados de cualquier reñida campaña electoral, aquí, en Washington o en Calcuta:

“(…) That happened in my new job. Because of his position, the editor-in-chief was friendly with many politicians and was able to set me up for freelancing, in morcha production” Seeing the question on Maneck's face, he explained, “You know, to make up slogans, hire crowds, and produce rallies or demonstrations for different political parties. It seemed simple enough when he presented me with the opportunity”.
    “And was it?”
“There was no problem on the creative front. Writing speeches, designing banners -all that was easy. With years of proofreading under my belt, I knew exactly the blather and bluster favoured by professional politicians. My modus operandi was simple. I made up three lists: Candidate's Accomplishments (real and imaginary), Accusations Against Oponent (including rumours, allegations, innuendoes, and lies), and Empty Promises (the more improbable the better). Then it was merely a matter of taking various combinations of items from the three lists, throwing some bombast, tossing in a few local references, and there it was -a brand-new speech. I was a real hit with my clients (...)”
    “After all, the success of a demonstration is measured in decibels. Clever slogans and smart banners alone will not do it. So I felt I must lead by example, employ my voice enthusiastically, volley and thunder, beseech the heavens, curse the forces of evil, shriek the praises of the benefactor -bellow and clamour and cry and cheer till victory was mine”.
     “(...) I have learned from my experience,” he said with gravity. “Now I keep a strong-throated assistant at my side, to whom I whisper my instructions. I teach him the phrasing, the cadence, the stressed and unstressed syllables. Then he leads the shouting brigades on my behalf”

Por último, debo añadir que aunque de sobra sé que mis ilustres -e ilustrados-  Lectores Improbables hayan de ser duchos en los más variados campos del saber, pudiera suceder que desconozcan los rudimentos de la lengua inglesa. Si ese fuera el caso, y a su requerimiento, se proveerá la correspondiente traducción del pasaje de la novela de Rohinton Mistry, “A Fine Balance”, reproducido más arriba, y cuya lectura, dicho sea de paso, recomiendo fervientemente.

La canción de hoy, una pequeña joya de Jethro Tull, va dedicada a los nostálgicos de los Setenta,  a los perroflautas y, en general, a todos aquellos que, superado el primer decenio, aún no alcanzan a entender de qué va este siglo XXI, entre los que me cuento.

Cheap Day Return

P.d. Recojo aquí la amable solicitud de un anónimo Lector Improbable y hago buena mi oferta de traducir el texto referenciado:

“(...) Eso fue en mi nuevo empleo. Por su cargo, el jefe de redacción tenía buenas relaciones  con muchos políticos y podía colocarme como colaborador independiente en el campo de la producción morcha” Al ver el interrogante en la expresión de Maneck, explicó: “Ya sabes, idear eslogans, captar multitudes, y organizar manifestaciones o mítines para distintos partidos políticos. Parecía bastante sencillo cuando me ofreció la oportunidad”.
“¿Y lo era?”
“Los aspectos creativos no eran problema. Redactar discursos, diseñar emblemas -todo eso era fácil. Con los años de experiencia acumulados, conocía exactamente el tipo de palabrería grandilocuente que demandaban los políticos profesionales. Mi modus operandi era sencillo. Preparaba tres listados: Logros del Candidato (reales e imaginarios), Acusaciones contra el Adversario (incluyendo rumores, alegatos, murmuraciones, e infundios), y Promesas Vacías (cuanto más improbables, mejor). Después no había más que combinar variantes de los elementos de las tres listas, añadir un poco de verborrea, aderezar con referentes locales, y ya lo tenemos: un discurso listo para estrenar. Coseché un gran éxito entre mis clientes (…).
“A fin de cuentas, la eficacia de una manifestación se mide en decibelios. No es  solo una cuestión de eslogans con gancho y emblemas atractivos. Sentía que tenía que predicar con el ejemplo, usar la voz con entusiasmo, tronar invocando a los cielos, maldecir a las fuerzas del mal, desgañitarme alabando al benefactor -rugir y aclamar y gritar y vitorear hasta que el triunfo fuese mío”.
“(...) La experiencia me ha enseñado,” dijo con gesto serio. “Ahora me acompaña un asistente de garganta curtida al que le susurro instrucciones. Le instruyo sobre la dicción, la cadencia, qué sílabas han de llevar énfasis y cuáles no. Entonces él se ocupa de dirigir las brigadas vociferantes en mi lugar".

17 de marzo de 2011

Gatos Desalmados

Desconfiad de los gatos desalmados. Van a lo suyo. A lo que quiera que sea lo suyo. Técnicamente no pueden traicionar a sus amas puesto que nunca pactaron sus afectos con ellas. Ellas, sus amas, son esa multitud silenciosa de mujeres solitarias, independientes y modernas que malviven el tránsito hacia su madurez al límite de su sueldo en mini apartamentos en el centro de las ciudades. Mujeres en pie de guerra que acarician distraídamente a sus gatos mientras charlan y cosechan facturas escandalosas en sus teléfonos móviles de última generación.

El gato desalmado que, como digo, va a lo suyo, se refrota una y mil veces contra su ama y el resto del mobiliario del apartamento, se caga en su caja de bolitas o la observa indiferente mientras mea (su dueña) por las mañanas. El gato desalmado tiene razones insondables que sus ojos de vidrio no desvelan, razones que no incluyen el afecto ni la fidelidad, pero que tal vez algo tengan que ver con el hecho de que su dueña haya optado naturalmente por castrarlo, neutralizando así vicios y comportamientos intolerables en cualquier apartamento metropolitano que se precie de limpio y ordenado. Vicios y comportamientos intolerables también latentes en los todos hombres que desfilaron por su vida y por su cama, que no supieron -o no pudieron- renunciar a otras vidas y otras camas. Hombres inferiores, esclavos de sus desórdenes morales, que mintieron sin saberlo para fornicar, que plantaron en sus labios besos que no eran otra cosa que salivas sucias de humo y secreciones y que, por supuesto, nunca aflojaron un duro a cuenta de la hipoteca del mini apartamento metropolitano, pulcro y ordenado, del que un día se marcharon para no regresar. Por contra, el gato castrado ya no tiene razones para abandonar a su dueña, que deposita en él sin reservas afectos y caricias al tiempo que hojea el Cosmopolitan y constata una vez más con íntima satisfacción la superioridad indubitada de su género, apuntalada en la Sección de Estilo de la revista, que, como es de todos bien sabido, posee una mayor sensibilidad, capacidad de pensamiento analítico y conceptual, resistencia al sufrimiento, intuición, habilidades comunicativas, belleza, empatía, un sexo más sentido y, por si fuera poco, un sexto sentido. Todo lo cual no le impide aceptar con desganada naturalidad el dogma de fe de la igualdad que, inexplicablemente, la equipara con esa legión de amantes desertores cuyos calzoncillos danzaron la rondalla con sus prendas íntimas en el tambor de la lavadora.

Todo eso fue antes de que llegara el gato desalmado para quedarse, pacto quirúrgico de por medio, otorgando a cambio el consentimiento indiferente a lecturas, teleseries, consoladores, crisis menstruales y otras rutinas de su ama. Es verdad que, por lo general,  el gato desalmado consiente y ronronea, pero a veces discrepa, acaso por un exceso de atenciones, y le tatúa con sus garras, en los antebrazos depilados, el estigma inequívoco de una relación sin futuro.

No me fío de los gatos desalmados y, hasta que la vida me demuestre lo contrario, extiendo esa desconfianza instintiva hacia el prototipo de mujer solitaria, independiente y moderna por la que alguna vez me he sentido atraído que, inadvertida o casualmente, me ha permitido entrever la piel surcada de rasguños caprichosos bajo la manga de un jersey o, si el tiempo acompaña, las abrasiones incongruentes que cercenan la perfección lineal de un tatuaje de diseño (los tatuajes, por cierto, también me hacen recelar). Y entonces pienso, esclavo de mis bajos instintos, que tal vez no sea digno de entrar en su casa, y que ese arañazo suyo ha bastado para espantarme.

Hoy simplemente me limito a regalar -es un decir, en estos tiempos de flagrante piratería- a mis lectores improbables una canción que no guarda más relación con la entrada de hoy que el estado de ánimo propiciado por un jueves cualquiera de madrugada, tres latas de cerveza y un mendrugo de pan reseso. Que la disfruten.

6 de marzo de 2011

Los Elegidos

Somos fruto de la dictadura del azar biológico, a la sombra de una coyunda improvisada dentro o fuera del matrimonio, de un condón reventado en el dormitorio de los padres de María, o de la planificación familiar a cargo de dos adultos cartesianos, responsables y aburridos. Podemos elegir la barra de pan más o menos tostada y unos vaqueros de pitillo en lugar de unos chinos, periodismo o filosofía, Barcelona o Atlético de Madrid, pero a la hora de la verdad, cuando verdaderamente importa, nadie nos pregunta si estamos dispuestos a jugarnos los cuartos en este mundo con las cartas que nos han tocado en suerte, así que no nos queda más remedio que tirarnos al ruedo con  veintitrés parejas de cromosomas de mano y todo el pescado vendido. O casi todo: Si dejamos aparte el genoma, el resto no van a ser más que disgustos y callos, cicatrices de profundidad variable y otros extras que, a la postre, no modifican el hecho incontestable de que la vida en su versión más básica no es más que rodar y desgastarse dando tumbos por los caminos hasta que finalmente, de una u otra forma, llega el reventón definitivo y uno se cae con todo el equipo para no volver a levantarse. Vivir no es elegir, digan lo que digan.

Haputale es un pueblo dejado de la mano de Dios en algún lugar de Sri Lanka. En el recuerdo, Haputale fue un lugar triste de paso, dos noches de lluvia bajo una mosquitera repleta de manchas  de sangre antigua y costurones a la luz de un bombillo costrado de polvo. Había un mercado con los puestos colmados de frutas macilentas y piezas de carne oscura, plantificados al pie de una red de canalones jalonados de vísceras en descomposición y líquidos turbios en el que los lugareños compraban las provisiones que por la noche, seguramente, acabarían maceradas en curry a tiro de tenedor en el plato del turista. En mi plato, por ejemplo. Comprenderán, o tal vez no, que aunque hayan pasado más de quince años, Haputale sea un lugar inasequible a mis nostalgias de viajero.

Tras una lucha encarnizada para adquirir un billete salvador en el caos colonial de la estación, conseguí abandonar el infausto lugar dentro de un vagón atestado de bultos de colores y lugareños de piel ahumada. Mientras el tren se alejaba, reflexioné desde la distancia del que se sabe libre e invulnerable, acorazado tras las divisas y el salvoconducto de un pasaporte de la Unión Europea. Imaginé cómo continuarían las vidas de toda esa miriada de personajes secundarios, los náufragos de Haputale, que dejaba atrás y que nunca volvería a ver:  Náufragos Abandonados a un porvenir anodino en la legendaria tierra de las especias pero no de las oportunidades. Sin combustible, con veintitrés parejas de cromosomas en la mano y un sofisticado mapa genómico; un calco del mío o del de cualquiera de ustedes, improbables lectores, por poner un ejemplo. La vida les había dejado tirados en una carretera secundaria, lejos de cualquier parte. A nosotros siempre nos quedará París, y a ellos el mercado y las moscas. E la nave va, mientras no se hunda.

Yo no lo sabía, aunque lo imaginaba, en abstracto. Gracias a la Wikipedia he podido confirmar mis sospechas: Mariano Rajoy Brey es nieto de Enrique Rajoy Leloup, uno de los redactores del Estatuto de autonomía de Galicia en 1932, y es hijo del también jurista Mariano Rajoy Sobredo, presidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra, ciudad donde creció. José María Aznar López es nieto de Manuel Aznar Zubigaray, periodista, político y diplomático navarro e hijo del también periodista Manuel Aznar Acedo, que durante la dictadura ocupó diversos cargos en organismos de radiodifusión y propaganda. Sin duda, hombres con pedigrí: hidalgos impecables del siglo XXI. No los conozco personalmente, aunque supongo que ambos deben de ser amenos conversadores, de trato cordial, aunque salvando las distancias, y que en los cursos de verano del Escorial le convidan a uno al café o aforan la comida en el restaurante de turno si es menester, porque nobleza obliga mientras la Visa aguante. En definitiva, gente ilustrada de bien que seguramente opinará sin reservas, al alimón con sus diez millones de votantes, que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, que es el que a fin de cuentas se lo ha currado en esta vida, tan puta ella, para llegar donde ha llegado, lo cual a mí no me cuadra demasiado por la sencilla razón, esto último lo suele decir mi padre, de que para llegar a la Moncloa no se puede salir de Haputale.

El mundo rebosa de artesanos del propio porvenir; de hombres y mujeres que traen a gala el haberse fabricado a sí mismos: vencedores de su oposición, doctores laureados, empresarios de éxito, prestigiosos homosexuales, políticos de renombre, aclamados restauradores, todos ellos indefectiblemente aferrados con uñas y dientes a sus merecimientos. Hombres y mujeres con mando en plaza, ejemplos a seguir. El triunfo mal entendido tiende a retraer injustificablemente los límites de la solidaridad, al tiempo que engrosa las listas de votantes de centro derecha, en la medida en que la ideología ofrece un territorio moral fácilmente colonizable por quienes se resisten a creer en su buena suerte y, en cambio, depositan todo el peso de sus convicciones en el espejismo del esfuerzo personal, garante del orden y la inviolabilidad de sus derechos fundamentales consolidados que, entre otros, incluyen el de hospedarse en un parador nacional, protestar por el alza de los impuestos o las comisiones bancarias, denostar el despilfarro de la sanidad pública y anatemizar la política de inmigración del gobierno de turno.

Primus inter pares del montón que si alguna vez transitaron por Haputale, probablemente en el vientre de un microbús con aire acondicionado, tal vez hiciesen un apunte mental, incluso tomaran una pequeña nota auxiliar a pie de página del diario de viajes adquirido en una franquicia del Coronel Tapioca, para apuntalar la experiencia personal sobre el terreno de un mundo exótico y disfuncional, de una realidad sucia y triste, casi extraterrestre.

Mementos del tercer mundo evocados en charlas intrascendentes durante las sobremesas de pacharán y licor de hierbas en esos cursos de verano del Escorial, a la mayor gloria del aventurero-ponente curtido en turismos del Capitán Saimaza.

Aunque, como escribía al principio, vivir no es elegir, qué duda cabe de que ellos son los elegidos. Brindaremos, pues, por el Capitán Saimaza que anida en el corazón de aquellos diez millones de votantes. Hoy por hoy, el mundo les pertenece.



El tema de hoy, a cargo de María "La Mala" Rodríguez, exaltará sin duda los ánimos de tantos y tantos Capitanes Saimaza como andan sueltos por ahí, sobre todo en estos tiempos de crisis. A corear el estribillo, amigos, que venceréis, pero no... etc.